MEMORÁNDUM

*** ¿De qué nos alimentamos?

Gerardo Ruano Cástulo
La clase de manejo comenzaba con una charla para todos, antes de ir a los vehículos con los instructores. Una señora, llevaba consigo a su hijo, que como todos los peques, se puso inquieto, lo que molestó a la mayoría de los asistentes.  La señora estaba un tanto apenada, por lo que dijo a la audiencia: “pido disculpas por haber traído a mi hijo, ya que no encontré con quien encargarle”. No todos aceptaron las disculpas, y se veía en su rostro una expresión de: “mejor te hubieses quedado en casa”.

Ante esto, el instructor preguntó: “¿Quién de ustedes no tiene hijos?”. Solamente dos personas levantaron la mano. La inmensa mayoría tenía hijos, de entre quienes, alguien expresó: “Pero, hemos buscado la forma de encargarlos, para que no nos distraigan en la clase”. 
Apenada, la señora tomó de la mano a su hijo y se dirigió a la salida. Entonces, el instructor dijo: “Esperen. Antes de que se vayan, quiero hacer una pregunta a todos: ¿Qué se necesita para manejar un carro?”. La respuesta se escuchó a una sola voz: “Saber manejar”. 
 “Veamos que dice el pequeño”, indicó el instructor dirigiéndose al niño, quien dijo: “Se necesita tener el carro”. “Esa es la respuesta”, manifestó, para después agregar: “la mayoría de aquí, tiene una razón fuerte, para aprender a manejar, y creo que es, por buscar darle algo mejor a sus hijos. Hay un motor, que los trajo hasta aquí”. (Del taller de la imaginación de Juan Francisco R.).
Existen dos soberanos que nos mueven a tomar decisiones: el placer o el dolor. Sin duda, siempre será mejor decidir movido por la satisfacción y el placer; que esperar a tocar fondo.
Es duro decirlo, pero la gran mayoría vive de manera ordinaria. Sin proyectarse hacia el futuro. Esperan que sucedan milagros en su vida, pero sin mover un dedo. Peor aún, con métodos basados en el menor esfuerzo. Al final, vivimos en el imperio de la mediocridad.
Hemos aceptado, como creencia que todos tienen la culpa de lo que pasa; menos nosotros. Nos hemos graduado en evadir la responsabilidad. Las encuestas revelan, que la gran mayoría ve un país en decadencia; pero evalúan su vida como buena; lo que es increíble, ya que el saldo social, es el resultado de malas decisiones que se han tomado en el terreno individual.
Ahora, que vemos la epidemia de dengue, chicungunya y zica, con casos que van más allá de las cifras oficiales, es palpable que el problema y la responsabilidad no es exclusiva del gobierno. La conclusión, es que hemos tomado pésimas decisiones. No solamente, en el manejo de los depósitos de agua y limpiar los patios y terrenos baldíos. Sino, en la parte más importante: La forma de alimentarnos.
Me queda claro, que nadie está exento de enfermarse. Nadie, absolutamente nadie. Pero también, que si consumismos alimentos que contienen lectinas, que desgastan a nuestras células, siempre será más fácil perder la batalla ante virus, bacterias, hongos y demás bichos.
De la misma manera, si nuestra mente y espíritu están alimentados de negatividad, indiferencia, conformismo y demás toxinas emocionales, las consecuencias son inevitables. 
Nuestros ejércitos de defensa, están pesimamente alimentados. Por eso están vulnerables. Ante eso, es importante recordar, que vivimos en la era de la información. Más eso, no basta, puesto que el conocimiento, está por encima del monstruo de basura que circula por la internet.
Sin embargo, el conocimiento no basta tampoco. 
El nivel más alto se llama sabiduría. Y nuestra era, para sobrevivir, no requiere solamente de maestros y doctorados, sino de gente sabia. Por algo, fue lo único que Salomón pidió a Dios. Esa es la cuestión.

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