MEMORIA CHILAPEÑA


LIC. ANTONIO ALCOCER SALAZAR
NUESTRO ORGULLO CHILAPEÑO

La tarde chilpancinguense se tornaba de romanticismo, entre un matiz nublado y fresco que incitaba a la plática histórica e ilustrativa; la cita era en un céntrico restaurant adonde nuestro gran personaje llegó puntual, como buen chilapeño de antaño. Los saludos y presentaciones fueron efusivos, atentos y auténticos, pues cada miembro de esta plática llevaba sus fines diversos, Yazmín Padilla quería enterarse de algunas anécdotas comunitarias, el indio de agenciarse la historia regional y el Lic. Antonio Alcocer Salazar iniciaba un hermoso monólogo colectivo para reencontrase con su historia personal, familiar y comunitaria… lo que siguió fue un abanico de hermosísimas historias que han vestido de luces el suelo chilapeño… que ahora se cita en la voz de uno de sus grandes hijos pródigos.   

 “Mi nombre es Antonio Alcocer Salazar; mis padres fueron don Gildardo Alcocer García y doña Milburga Salazar Acevedo, que nos dieron vida a Jesús, Áurea, José, Dionisio, Juanita, Cristina, Eliecer, Antonio y Cointa, dentro de una familia humilde pero felizmente tradicional.
 En ese tiempo, el corazón de Chilapa siempre era su catedral, el zócalo y los portales; por la parte oriente el pueblo terminaba en el campo deportivo del camposanto, que así se le llamaba entonces, junto al panteón viejo; hacia la parte sur llegaba su término un poquito más delante de la iglesia de San Antonio, que ya se empezaba a poblar para llegar al Paraíso. Al poniente el límite era El Calvario, antes de la colonia Los Pinillos y, al norte, la parte más hermosa, pues llegábamos al Río Ajolotero, que en mi infancia si llevaba agua corriente, pues nos llegaba a dar hasta el pecho cuando nos íbamos a bañar en las playitas y las pozas que había en su cauce, como la que estaba en el cruce de la corriente con la calle Municipio Libre, antes Calle Nueva.
 De ahí caminábamos unos diez o quince minutos y nos bañábamos en el Río de Atempa, que a su vez venía del Río de Atzacualoya, y hacia confluencia en Chilapa con Trigomila.
En el campo deportivo del camposanto fue la primer cancha donde se jugaba futbol y beisbol y también había tres canchas de basquetbol, todas de tierra y con tableros de madera,  una en la plaza central, otra era la de la Plazuela, que ahora ya no existe pues ahí construyeron el Centro de Salud, y que era para entrenar, sobre todo de los equipos como el “México” y el Centro Mercantil, siempre rivales, el deportivo “Chilapa” que patrocinaba el presbítero Fortunato Vargas, donde primordialmente jugaban y apoyaban los trabajadores de la industria del rebozo, y super ganadores de varias e incontables lides deportivas, además de los equipos de La Unión, La Paletería, el Morelos y Los Piratas, que apoyaba el padre Justino Salmerón.

Esta cancha de La Plazuela tenía los aros muy reducidos lo que obligaba a que los jugadores tenían que afinar demás la puntería, pues apenas si cabía el balón, lo que ocasionaba que salieran grandes tiradores a la hora de enfrentar a equipos y selecciones de Acapulco, Chilpancingo, Iguala o Taxco. Y una tercer cancha basquetbolera estaba en la Calle Nueva, casi pegada al cerro.
 Ahora bien y desde que tengo uso de memoria, allá por la década de los 50´s, las familias tradicionales chilapeñas eran los Villalba, los González, la familia de doña Carmelita García, los Salazar, en el barrio del Dulce Nombre, los Alcocer, Carballidos, la de don Alejandro Silva, y en San Antonio la de los padres del padre Toño Silva… los Sánchez Andraca del doctor Lidio y su esposa doña Soledad, de los que soy gran amigo de todos sus hijos. Y los barrios más hermosos y tradicionales hasta la fecha son: San Juan, San Rafael, San Antonio, El Calvario, La Villita, El Dulce Nombre y Las Hijas de María en el centro, y todos con grandes festejos y romerías, con altares, cabalgatas, kermeses y hartos cuetes.
Y siendo el 12 de diciembre la fiesta principal y de todo el pueblo, entonces venía muchísima gente de las comunidades de Atempa, Trigomila, Acatlán, Santa Catarina, Zitlala y todos los de Chilapa, al baile donde las damas y los jóvenes iban de gala, ellas de vestido largo y en blanco y negro, los varones con traje y corbata, para bailar con las orquestas de Carlos Campos, Juan Torres, los Solistas de Agustín Lara, la Orquesta de Ingeniería y de García Medeles, y se venían a encontrar con unos excelentes músicos de Chilapa, como lo fueron los que tocaban en la Orquesta de los Valle, cuyo director era don Dimas Valle, que se daban al tú por tú con las organizaciones de la ciudad de México… un orgullo.
Mientras, el pueblo seguía su vida productiva y trabajadora, la industria del rebozo tomaba un auge sin precedentes y se convertía en un orgullosísimo sentimiento de satisfacción en nuestro estado de Guerrero… mi padre sincronizaba sus telares entre el eje, la lanzadera y los pedales, de manera rítmica, cadenciosa y eficaz, con su mano izquierda movía la lanzadera, al tiempo que cambiaba el movimiento del pie izquierdo para intercambiar el sentido del tejido, después movía la hebra-eje que entraba tejiendo y volvía a cambiar el pie derecho para que se siguiera el sentido del tejido, todo un arte de la artesanía chilapeña… y como a cinco metros se hallaba la hilaza colgada de una piedra, con gran destreza, donde previamente habían tenido que preparar y tender las tiras de hilaza en la calle, teñidas de azul o negro… y al día siguiente iban amarrando los tramos del rebozo con una habilidad increíble, entonces enrollaban la bola y la llevaban cargando sobre toda la banqueta, y que terminaban con los brazos y las manos bien teñidas de color azul, como una actividad principal.

También estaba la industria de la palma, que confeccionaban bolsas, canastas, sombreros, con las palmillas que crecían a los alrededores de Chilapa, o bien, que traían de Acatlán.
 Así estaba don Aarón Vargas, “El Gato”, por sus ojos verdes, papá de Pablo, también don Hipólito Díaz Ojeda y don Alfonso Mendoza, del barrio de San Francisco, que fueron grandes artesanos y reunieron capitales muy buenos con la industria de la palma.
Y ya se venía el tianguis que se instalaba desde los días sábados en la tarde en la plaza central, con indígenas que venían de Atzacualoya, Huaycatenango, Atempa, Zitlala y Ahuacotzingo, que llegaban con sus productos naturales, como maíz, frijol, frutas como nísperos, tejocotes, granadillas y aguacates, huevos, pollos y gallinas, que venían a pie y cargando todas sus mercancías.
Llegaban los alfareros de Atzacualoya con jarros, ollas, cántaros y comales de barro. Y en Chilapa había artesanos y herreros con fraguas para hacer y templar machetes, tarecuas, barretas, espuelas y trabajos que les pedían en las casas… las talabarterías también fueron signos de distinción chilapense, de donde se confeccionaban cinturones, huaraches encorrellados con grapas y hule de llantas, que han sido siempre el sello distintivo de nuestros campesinos montañeses.
A la vez, hubo una serie de tiendas comerciales que sostenían el comercio de Chilapa, pero que también ayudaban en su progreso material y moral de nuestra población, como “La Firmeza”, de don Ramón González, en la contra-esquina de la catedral, “El Centenario” de don Chanito Villalba, la mejor surtida de la ciudad, a la que le decían la tienda de los uno y mil artículos, y si no había algún artículo que una persona iba a comprar, le decían:
  -¡Venga usted mañana y ya se lo tendremos!
 Y así era efectivamente. Siendo don Chanito muy hábil para vender.
La tienda “Nuevo Oriente”, en el centro, de don Ponciano Acevedo, papá de Lina que ahora tiene una ferretería; y frente a la escuela “Eucaria Apreza” estuvo el señor Garzón, que vendía de todo, petróleo, manteca, etc. y atrás del ayuntamiento estaba el mercadito, adonde todos íbamos a comprar desde muy temprano. 
Y por las mañanas ya aparecía Lupita “La Langa”, con su falda negra hasta los tobillos y su rebozo negro, cruzado sobre el pecho, de donde sólo se le veían parte de los ojos y de la nariz, por lo que los niños le teníamos cierto miedo.
 Era una señora que muy temprano recorría las casas chilapeñas pidiendo un taco, con una vocecita muy rápida y casi apagada, como: - ¡prsprsprsprsprspr, prsprsprsprsp! – y las personas, sin permitir que pasara al comedor le daba algún alimento en la puerta de su casa, pero antes Lupita “La Langa” pedía su copita de mezcal, hasta que se mareaba y se iba a su casa.   
A la par de estas vivencias mi madre nos inscribió en el primer jardín de niños que hubo en Guerrero, cuya directora era la maestra Margarita Andraca, esposa de Melchor Ariza, que a su vez era maestro de Historia de México, en la secundaria. La profesora Margarita tocaba el piano mientras nosotros teníamos que percutir dos tablitas con las manos, cada vez que interpretaba “Los changuitos”, junto a mis compañeros Mario Acevedo y Gustavo Jiménez.
Al pasar a la primaria, en el Colegio Morelos, mi mamá tenía que pagar cinco pesos por mi hermano y por mí. Y aun así mi madre pedía una rebaja a tres pesos, debido a la situación económica de la familia. 
En primero, segundo, tercero y cuarto grado nos impartió las clases el maestro Teto León Carballido, en quinto año el profesor Luis Reyes y en sexto grado Panchito Silva.
Entonces había mucha disciplina. Con el maestro Panchito Silva y teniendo como compañeros de clase a los ahora sacerdotes Toño Silva y a Cesáreo Vargas, se formó un grupo coral de cantores, mismos que tuvimos la oportunidad de ir a Televicentro a cantar... 
Mambrú se fue a la guerra,
que dolor, que dolor, que pena,
Mambrú se fue a la guerra
no sé cuándo vendrá-a-a 
Y a los que llegábamos tarde, se ponía difícil la cosa… entonces nos retenían en la entrada, y cuando nos reunían a ocho, nueve o diez compañeros, nos hacían recorrer dos veces el corredor interior de la escuela cantando el estribillo:
Somos los flojos de este colegio
que trabajar no queremos ya,
siempre llegamos bastante tarde,
y la revista no queremos pasar.
Y otra vez a darle vueltas al corredor… 
De manera parecida y en esta ocasión citaré dos anécdotas que me marcaron el alma para siempre… en la primera, recuerdo que teníamos unos once años mi amigo Buenaventura Carmona y yo, en esa ocasión no llevamos la tarea, por lo que explotó Troya, cuando el maestro Panchito Silva nos acometió:
  -¡No tienen vergüenza!... ¡Pues ahora van a ir a comprar cinco centavos de vergüenza… y me traen el sobrecito! Para que se les quite lo desobligados.
En la tarde fuimos Buenaventura y yo a la tienda de don Chanito Villalba.
 -¡Buenas tardes!...
 -¡Buenas tardes, niños! ¿Qué desean?... 
 -¡Señor, nos podía vender cinco centavos de vergüenza!
 -¡Ah caray! - decía don Chanito, un poco desbalanceado, pero reaccionando al instante.
 -¡Bueno, en este momento no tengo, pero vengan en una hora!
Y una vez que regresamos al pasar los sesenta minutos…
  -¡Don Chanito, ya venimos!...
  -¡Si. Aquí tienen en este sobrecito lo que me pidieron!
Al otro día entregamos al maestro Panchito el sobre blanco con un polvo del mismo color. Después de abrirlo, verlo y vaciarlo, nos dijo:
  -¡Ahora sí tendrán vergüenza y siempre van a hacer la tarea!
La lección del maestro Panchito, y aún más, de don Chanito me cautivaron el corazón.  
Y en una segunda instancia y vivencia, también se fue tejiendo un suceso que seguramente para mis compañeros y para mí, fue de gran aprendizaje, pues sucedía que estaban construyendo la catedral y que por momentos hacía falta el material de construcción, por lo que mi maestro Panchito Silva nos indicó comedidamente:
  -¡Todos estos días van a traer una cubeta! 
Y sin que hubiera pregunta alguna, al otro día llevábamos cubetas, botes o algún recipiente que pudiera servirnos.
Acto seguido y cuando ya salíamos de la escuela, el maestro Panchito nos llevó al río Ajolotero:
  -¡Todos llenen sus cubetas de arena! 
Y formados, regresamos cargando las cubetas llenas de arena hasta la iglesia, para depositar ahí el material con el que seguirían trabajando… 
¡Toda una lección de civismo, cooperación y solidaridad de un gran hombre!  
Al final del año hubo dos eventos inolvidables para mí, uno donde representamos la obra de teatro de “Los Niños Héroes de Chapultepec” y, que en los desfiles llevábamos la vestimenta de gran gala, de blanco y con cuartelera, portando rifles de madera y simulando la guerra con balas, que eran los cuetes que todos los días tronábamos.
Posteriormente hubo que pasar a la secundaria, en nuestra legendaria escuela “José de San Martín”, adonde recibimos las enseñanzas de maestros connotados, como Abelardo Jiménez Cienfuegos, de literatura y leyendo El Quijote de la Mancha, Eliecer García en los deportes, Cayetano Salgado de talabartería, modelado y dibujo de imitación, Claudia Mazón en inglés, Melchor Ariza y Tino Hernández de carpintería.
Y todavía recuerdo aquellos rieles y los vagoncitos que había y en el que nos subíamos para deslizarnos y llevar las piedras hasta la catedral…
 Ya cuando iba a cursar el tercer grado, mis padres tuvieron la necesidad de irse a residir a Acapulco, por lo que allá ingresé en la Escuela Secundaria No. 1, en el farallón, donde también tuve la fortuna de convivir educativamente con grandes maestros, como Teófilo Moyao, “El zorro plateado”, Eduardo Vega Jiménez, Alfredo Beltrán Cruz, el profe Wichito y la maestra Álvarez, Daniel Ramos que escribía para los periódicos El Trópico y el Diario de Guerrero, la maestra Serratos y una profa que nos daba francés de la cual no me acuerdo su nombre pero por su estatura le decíamos “La pequeña Lulú”, a todos ellos les debo mi gratitud.
Y al terminar surgía la necesidad de trasladarme a Chilpancingo, para estudiar en el antiguo Colegio del Estado, cuyo primer director era el maestro Alfonso Ramírez Altamirano. 
Ahí se dio el movimiento social del 60, sin precedentes del Guerrero contemporáneo, pues una generación de jóvenes estudiantes, aguerridos, inteligentes y muy decididos, logramos un despertar social, una sacudida en la conciencia comunitaria guerrerense, al cambiar el modelo de gobernar en Guerrero, y sacar a un gobernador despótico y nepótico como lo fue Raúl Caballero Aburto, sanguinario, arbitrario y cruel, con su jefe de la policía judicial, que se llamaba Pancho Bravo, alias “La Guitarra”, pues siempre traía una funda de este instrumento, pero en vez de traer este instrumento, ahí portaba la metralleta.
 Para orgullo de la juventud combativa guerrerense fueron surgiendo las figuras de jóvenes oradores y líderes sociales, como Jesús Araujo Hernández, Eulalio Alfaro Castro, Juan Hernández Alarcón, nuestro ombusman, Humberto Martínez Herrera, nuestro Juan Sánchez Andraka, Tito Díaz Nava, Bernardino Vielma Heras, campeón nacional de oratoria, Imperio Rebolledo Ayerdi, de Acapulco, Jorge Vielma “El Machete”, Efraín Zúñiga Galeana compañero permanente en Chilpancingo y México, de Tenexpa José Guadalupe Solís “Che Lupe”, de San Marcos Miguel Ángel Rodríguez Dávalos, todos han sido líderes políticos y excelentes seres humanos.
Para que el 22 de octubre de 1960 estallara la huelga estudiantil, cuando se colgaba en el colegio la bandera rojinegra… entonces se fueron sumando muchos sindicatos, como el de los electricistas y el de los trabajadores al servicio del estado… y con varios estudiantes presos, el 30 de diciembre de este mismo año, el ejército rodeó al Colegio del Estado, pero el pueblo llegó atrás y ellos rodearon al ejército, que desembocó en la matanza de estudiantes y ciudadanos en la esquina de la alameda… para que el día 4 de enero del 61 estuvieran cayendo los poderes del estado, con Caballero Aburto a la cabeza.
 Inmediatamente nombraron al gobernador sustituto, que fue don Arturo Martínez Adame, para recomponer la política en Guerrero, con la historia ya conocida.
Por el ambiente social e ideológico muy descompuesto, en agosto de 1961 me tuve que ir a la ciudad de México. Ahí logré la inscripción en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México, que por siempre había sido mi objetivo y pasión; a los quince días empecé a trabajar en un juzgado de distrito en materia penal, con una cuota mínima pero que bien me sirvió para paliar algunos gastos personales.
Y ahora si fui escalando algunas conquistas, satisfacciones y triunfos personales, pues en 1964 después de ganar el concurso de oratoria en el Distrito Federal, tuve el derecho de ir a la justa nacional en Oaxaca, adonde obtuve el tercer lugar, siendo que el primer premio fue para Heladio Ramírez López, a la postre gobernador de este estado, presidente de la CNC nacional y dos veces senador de la república; el segundo lugar lo obtuvo Roberto Chao de Durango y el tercer puesto para su servidor… pero aun así el recuerdo grato quedó en mi corazón.
De ahí, la génesis, la historia y el desarrollo de la ciencia del Derecho fue mi gran pasión; leer, enterarme y apropiarme de las partes de este bagaje cultural se fue convirtiendo en mi faro académico y profesional de mi vida. El Derecho Romano, pasando por sus tres momentos históricos de los reyes, la república y el imperio… el Derecho Público y Privado, el Civil, la Teoría del Estado y el Derecho Internacional, la Liga de las Naciones que por sus circunstancias y acciones desemboca en la ONU, El Derecho Social Agrario y Obrero, de la mano de mi inolvidable maestro Mario de la Cueva, director de la facultad y rector de la universidad, al que Jorge Carpizo le dedicó su tesis de la Constitución de 1917, con su pensamiento y sentimiento a “Mario de la Cueva, cumbre cimera del pensamiento jurídico”.
 Lo mismo recibí cátedra y aprendí de Bertha Beatriz Garza, Raúl Lemus y Antonio Luna, entre otros maestros universitarios.
Y una vez egresado de nuestra máxima casa de estudios, me incorporé al servicio público en diversas tribunas, juzgados y posiciones políticas, ya sea como juez en Iguala y Acapulco, como diputado local, Subprocurador y Procurador General del Estado, con nuestros gobernadores Alejandro Cervantes Delgado, José Francisco Ruiz Massieu y Rubén Figueroa Alcocer, entre otros, adonde siempre traté de llevar los valores universales de la democracia, la justicia y la igualdad, como un emblema inalterable de mi vida.
Ahora mi vida entró en una fase de relativa calma y tranquilidad, deseando todo el progreso y la paz para nuestro estado guerrerense, con una firme intención de vivir dentro de la grandeza cultural de los seres humanos, por la paz mundial, la asistencia social y las bases jurídicas de la justicia. Hoy me siento muy orgulloso de ser guerrerense y más, mucho más, de ser un pequeño hijo de Chilapa”.
Nuestro padre tiempo detuvo un momento su tránsito existencial, cuando la emoción embargaba el corazón de los presentes… el recuerdo es grato y emotivo, mientras que el Lic. Antonio Alcocer Salazar asiste a su cita con la historia de  Chilapa.

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