MEMORIA COSTEÑA


El Real de Guadalupe “El Mineral Azuetense”  

Dentro de las pláticas cotidianas que tenemos entre un grupo de profesores del nivel primario, salió a relucir la importancia que tuvo para esta región costeña los trabajos que se desarrollaron en la zona mineral del Real de Guadalupe, a lo que inmediatamente alertamos nuestros sentidos y nos dimos a la tarea de indagar, que persona pudiera dar un testimonio fiel de las actividades que ahí se desarrollaron ahí y, fue nuevamente Chucho Cadena Castro el que sugirió ir a preguntarle a Guily Coria, por este dato; días antes, el maestro Rogelio Encarnación, con el que habíamos tenido una amena y amistosa charla, ya nos había indicado que sería bueno buscar a don Serafín Contreras García para el mismo fin, así que la coincidencia obró en tiempo y forma, ya que Guily de inmediato nos arregló una entrevista en vivo y a todo color con don Serafín, en el viejo y legendario poblado del Coacoyul.

 De entrada, encontramos a Serafín en el interior de su casa y al reconocer a su sobrino, la confianza surgió como por arte de magia, pues con su gentileza de costeño bien portado fue llevando el tema a planos informativos de gran trascendencia histórica… todo lo demás fue pura miel en penca.
-Yo llegué al Real de Guadalupe desde mi niñez, mi familia venía del Limoncito; con el paso del tiempo, Arnulfo, Tayde, Antonio, Cesáreo, Pedro Contreras y su servidor construimos las escuelas que ahí hubo, siendo Ranulfo y Silvestre Hernández Sánchez los profesores que tardaron años trabajando con los niños. – aseveraba don Serafín y buscando la pronta aprobación de su sobrino, que ratificaba respetuosamente a su tío.
-Y aunque no lo crean, en esos tiempos hubo un alumno que obtuvo el primer lugar a nivel estatal y el segundo lugar en la etapa nacional, de los concursos de conocimientos, o sea, que tanto alumnos como maestros fueron buenos para el estudio - se ufanaba nuestro amigo.
 Ahí habitaban las familias de Raymundo Luviano, Enrique Sánchez, María Valadez y Guadalupe Vélez, entre otras, y se dedicaban a cazar, a sembrar y a los trabajos de la mina. 
 Recuerdo que anteriormente nos contaban los más viejos, que don Vicente Guerrero, el gran patriota de la independencia mexicana, andaba por allá arriba y bajaba para darles sus jodas a los mineros españoles que ahí laboraban y ante tanto hostigamiento, decidieron mejor irse.
 Las minas volvieron a explotarse allá por 1910, con maquinaria antigua; sacaban el agua en bolsas de cuero de res, colgadas en los hombros o en las cabezas de los mineros, encima de una escalera de palo rollizo, con escalón de gallina, en el espacio que le decían “El Primer Campo”, luego conocimos los parajes y entradas de “La Nave”, “El Molinito” y “Pueblo Viejo”, de donde sacaban el metal en chundes hechos de otate y en bolsas de ixtle, en las que le cabían catorce arrobas (medida que equivale a 11.4 kilogramos c./u.); más arriba estaba la mina de San Pedro, de buen metal... pero luego se acabó.
 Después estuvo una compañía que le decían la de “Los Mausines”; vivía el señor Arturo en la hacienda y don Hilario Coria, con un grupo de compañeros… dejaban peladas todas las faldas de los cerros, haciendo las fundiciones con pura leña y utilizando un atajo de mulas para transportar todo lo que hacía falta.
Ahí se acuñaba la moneda... puro “7.20”- se aventuraba don Serafín - y no recuerdo el nombre... si fue a mi papá o a mi tío, que le dijo su padrino, nomás para reírse:
   -¡Tráeme un papel que está sobre la caja! – aseveraba. 
 Y una vez que volvió el ahijado le preguntó riendo:
   -¿Qué hallaste?
   - ¡Uuuh, pues mucho dinero que tiene usted ahí!
   - ¿Y qué harías con él? - insistía
   -¡Pues compraría muchas vacas!
 -¡Nooo, las vacas se ruedan y se las roban! ¡Mejor te lo gastas hasta                  que te lo acabes! – citaba el jefe, aunque nos reservamos la confirmación de la acuñación de monedas, por obvias razones. 
 En otra ocasión, don Anselmo Valadez, que era el viejo y Manuel Funes que era el joven, junto con Lamberto Celestino compraron una caja con cinturón de fierro, a la que le decían ”El Mundo” y se retaron para ver quien la llenaba primero.
 Los sábados se llevaban el gabán lleno de puro “7.20” y una vez que supieron que venían “Los Pronunciados”, se fueron al “filo de la piedra”, para arriba del Real de Guadalupe, ya por el camino enterraron el cuño, más arriba Anselmo se bajó a una mesetita y estuvo escarbando y escarbando para enterrar el dinero, luego puso unos clavos en un ocote y le gritó a Manuel qué si lo veía desde donde estaba y al recibir la respuesta de que si la miraba, salió con las tres bestias que llevaba indicándole que... 
  -¡Si me matan, ahí va a quedar ese dinero, a la hora que crezcas te lo llevas!   
 Tiempo después apareció colgado.
 Lamberto también mañaneaba, tenía el dinero en “La Lagunilla”; se iba temprano y lo sacaba a asolear. Más tarde, doña Plácida le llevaba de almorzar y lo encontraba con el poncho tendido... y lo volvían a enterrar; se dijo que después lo habían balaceado; el dinero ahí quedó, para el que se quiera hacer rico.
 Así, un buen día empezamos a chaponar para meter la carretera y a retajar para construir las casas del campamento minero; entonces barrenaban a mano con lámparas de carburo: Silvino García y Amando Salamanca, y yo los auxiliaba junto con Narciso Barrera y Flavio Jiménez; después, yo fui minero mayor y tenía que llegar primero que todos, a supervisar las instalaciones y repartir las comisiones del día – evocaba don Sera.
Yo trabajé en el cañón del “Socavón del Burro”;  para la explotación del metal se hacían seis agujeros, tres para meter la dinamita y el nexamón, que era como grano en una taza, y tres como cascarones para abrir más grande el boquete; preparaban “el diablito”, con la mecha de 1.50, de tres hilos y los prendían juntos, de menor a mayor, para pegar en el barreno hasta salir “al tope”, apenitas se oía y decíamos, ahí viene y... ¡pum... pum... pum..!
 Se hacían “tiros” de cincuenta metros y se socavaba lateralmente con avances de 5 metros cada tramo, hasta llegar otros cincuenta metros, luego se rellenaban los espacios con el tepetate para evitar los derrumbes, con frentes y contrafrentes y se ponían puertas corredizas; se emparejaba y se metían tablones de 12 pulgadas por 3, tendiéndolo hacia abajo; disparaban el metal para que no se revolviera con el tepetate, a esta actividad le decíamos “corte y relleno” y se abrían chiflones hasta arriba; se hacían los montones de metal, llegaban las tres palas mecánicas hasta llenar las conchas que se iban sobre el riel y que pasaba en un brocal de seis metros, tres y tres por cada lado y dos cubetas a los lados, entre vigas de ocho por ocho, bien cuadradas, porque tenían que pasar “a plomo”, con toda exactitud... hasta trajeron a Montañés especialmente desde Chihuahua para que colara “el tiro”, que servía para vaciar y llenar cada tolva; se chorreaba el mineral al pasar la locomotora, con quince o veinte conchas de una y media toneladas; subían a la quebradora y a la trituradora, se pasaba por una banda con bolas de fierro y llenas de agua, posteriormente pasaba a la de “finos”, de ahí salía a las celdas, que era como cuando se le echa el cuajo a la leche y se le sube la nata, se filtraba en los tambos que llevaban de todo, se apartaba el plomo y el zinc, se muestreaba y los costales tenían el porcentaje de cada producto mineral, se obtenía el polvo y... vámonos para Petatlán, de ahí por Iguala o Melchor Ocampo (hoy Ciudad Lázaro Cárdenas, Michoacán), México y hasta llegar a San Luis Río Verde, San Luis Potosí. 
 Se explotaba plata, cobre, zinc, plomo y oro, principalmente. Sus últimos dueños fueron los de la “Compañía García y Cisneros”, que tienen sus oficinas en Paseo de la Reforma No. 55, Edificio Anáhuac, en el Distrito Federal, donde tienen muestras de cada piedra y de cada mina que ellos administran, como las de María Eugenia Durango, Valparaíso, Santa Rita, Los Reyes, Sombrerete, Mala Noche y pues también del Real de Guadalupe Guerrero… don Vicente Cisneros era el mero “coco seco” de ahí.
 Una vez que quisieron botar el agua para que no se tronaran con un derrumbe o se inundaran, los mineros rompieron con el barreno, pero de repente se les vino la corriente que los arrastró hasta la barranca... ¡lejos!... y como traían los cuchillos en las cinturas, salieron todos cortados, ahí Amando se jodió el cuadril, por eso andaba rengo - cruzaba la historia Serafín. 
 En otra se mató Erasmo, porque prendieron la mecha y él se confió, puesto que quería que prendieran juntos y no le dio tiempo, pues la cuña le pegó en la nuca, yo lo fui a destapar... estaba con Abel, que fue al que sacamos primero, luego al salir, yo les dije: 
   -¡Espérense, llévense a Abel a curar! - él estaba en la camioneta, tendido y chorreando sangre; nomás me vio y me dijo:
   - ¿Y mi compa, viene muerto verdad? 
   -¡No, no, no, ahoritita lo traen, ándale jálate para que te curen!
   -¡No, no, nooo, está bien muerto!
  En la última, el hermano de Nelva se cayó en el bordo; tiraron el cable para que se amarrara, porque bajó a poner una plasta, pero se quiso ir colgado y al jalarlo, el cable tenía un botón, ahí fue donde sacó las manos y se fue hasta abajo, también yo ayudé a sacarlo. 
 Ahorita, volver a explotar la mina sale muy costoso; metal hay y mucho, pero cada “tiro” está lleno de agua, la madera debe estar derrumbada o muy podrida; sólo que abran por “Las Juntas”, por aquí abajo. La mina se acabó por la mala administración, ya que había robos y luego el sindicato solapaba a los güevones, pues se fingían asaltos y se auto-robaban... y así por el estilo. 
 A mí me retiraron tres veces de la compañía y me volvían a buscar para trabajar y todavía cuando ya decidí retirarme, el patrón me dijo que ahí tenía las puertas bien abiertas para cuando quisiera regresar y con buen sueldo. Siempre me trataron bien, me pagaban mejor, hasta me llamaban para que les hiciera una vaca en barbacoa, o para hacer los pilinques; fue muy bonito mientras estuve viviendo en el Real de Guadalupe”.  
 Así se cerró el capítulo histórico de la zona mineral del Real de Guadalupe, en el mero corazón de la sierra guerrerense perteneciente al municipio de Zihuatanejo de Azueta, donde trabajó don Serafín, orgulloso trabajador minero, valiente a carta cabal, buen amigo y fiel trabajador; al Guily y a su servidor nos vidriaba la mirada de la emoción tras haber recibido esta lección de trabajo, fidelidad y humanitarismo. (Desde el hermoso “lugar de mujeres”. Raúl Román Román El Indio de Iguala).

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