Lupita Bravo el telégrafo y su amor por Zihuatanejo
“Soy una mujer hecha de mar,
de arena…
y un poco de tierra”.
Así abría la entrevista una de las mujeres más bellas que tiene el bello suelo de Zihuatanejo, con una historia familiar y comunitaria hermosa e inolvidable.
La cita había sido programada a las seis de la tarde, cuando la antigua Playa del Puerto, dentro de la bahía Cihuatlán, cerraba sus balcones, entre la luz del sol incandescente que conjugaba sus colores para dar paso a un espectro incomparable y hermoso, y el murmullo de las olas, mansas y cadenciosas, que le ha cantado a la vida, se empeñaban en embellecer el marco poético y natural que implica platicar con esta belleza costeña, y que ha caracterizado a este hermoso lugar de mujeres, paraíso de la Costa Grande guerrerense.
La mesa estaba puesta en medio de las arenas majestuosas y finas de la Playa Principal, mientras se escuchaba las incomparables canciones de José José…
Pero lo dudo/ conmigo te mecías en el aire/ volabas en caballo blanco el mundo/ y aquellas cosas no podrán vooolveerrr/
Y en su expresiva gracia dejamos esta historia de amor y de ternura, que todos los zihuatanejenses debemos conocer… para regocijo de sus moradores.
“Mis padres fueron Fernando Bravo Solís, oriundo de Petatlán; mi mamá, Rosa Farías de Bravo, una hermosillense hermosa y distinguida, que nos procrearon a Rosa María, Socorro, Fernando y a su servidora.
Soy de las pocas personas que tuve una niñez, plena, única, feliz e inolvidable, porque pude disfrutar muchísimo en este paraíso terrenal, pues nací, crecí y viví enfrente de la playa, de tal manera que mi mamá decía siempre que estaba detrás del agua, y que me tenían que agarrar del calzoncito porque de la casa me iba gateando al mar. Mi crecimiento fue entre puros zambullones de mar, durante todo el día… antes de irme a la escuela me aventaba al agua… me salía, me sacudía, me limpiaba, me ponía mi falda o pantaloncillo, y a la Escuela Primaria Vicente Guerrero, que nos dio luz académica, junto a mis grandes y hermosas amigas: Gloria Allec, Margarita Castro, Olga Diego, y el ramito de amigas que me faltan, disculpando la mención.
Con Gloria éramos desastrosas, pues rentábamos una panga y como a doscientos metros de distancia nos poníamos a pescar a media bahía.
En las tardes, ya como a las cinco, teníamos la hermosa costumbre de que todos nos íbamos al muelle, que todavía no se terminaba de construir, y de ahí jugábamos y concursábamos en los clavados, de bomba, o a ver quién llegaba más lejos, venían del barrio de La Noria y del centro… en el agua todo era fabuloso y maravilloso… y también porque no había de otra, pues no había luz, ni teníamos radio ni televisión.
Nací en una casita, donde alguna vez estuvo la comisaría y luego el ayuntamiento, que era de teja… la mitad de la casa era para mi familia y en la otra mitad estaba el telégrafo… donde mi mamá tenía una cocina preciosa, con unos barrotitos por donde se veía, todo el día, el mar… y la playa era mi patio, porque nomás abría la puerta de la cocina y salía corriendo rumbo al agua, y era buena para pescar y para sacar almejas, sobre todo aquella almejota roja, que era deliciosa. Por eso ¿Quién me pudo haber ganado en la felicidad y la alegría durante la infancia?... por eso, mi niñez fue tan preciosa. Aparte, mis papás tuvieron mucho que ver, mi papá fue un hombre maravilloso, era muy inteligente, guapo, culto, educado y un gran ser humano, pues había andado por casi toda la república… telegrafista y ayudando siempre en las comunidades adonde trabajó y sirvió con atención y cariño. Y mi mamá traía muchos sueños y deseos para este lugar, a tal grado que ella fue la primera presidenta mujer del Club de Leones, en Zihuatanejo, porque como toda norteña, era de gran valor y decisión. En la salida de su niñez y en la entrada a su adolescencia, mi padre recuerda que sólo estudió hasta el tercer grado, que era el servicio educativo que se prestaba, siendo su gran profesor Bartolo Peregrino, siendo su enseñanza un poco más que la escolarización actual.
Hasta que mi abuelo les dijo a sus hijos:
-Miren hijos, aquí sólo pueden dedicarse a dos cosas, ¿Quieren ser sacerdotes o telegrafistas?
Y esto salía a colación, porque ellos tenían dos tíos que se dedicaban a estos trabajos. En Petatlán son bien reconocidos… ¿Quién no se acuerda del padre Bravo?
Y mi papá luego luego dijo:
-¡Yo quiero ser telegrafista!
Y así, a los trece años empezó a aprender y a ayudarle a su tío en el telégrafo, que era un oficio muy bien pagado en esos tiempos, descifrando y aplicando la Clave Morse, a la comunicación humana.
Recordemos que en Agua de Correa había unos telegrafistas, de manera temporal, pero estos tuvieron que salir por las diferentes condiciones que imponía la revolución. Por estas causas, iban las personas de este lugar a Petatlán, a nombre de las tropas de Silvestre Mariscal, al cual pertenecía el capitán Guillén, a pedir permiso a mi padre para que su hijo viniera aquí a ayudarles con el telégrafo. Y mi abuelo consentía que mi papá viniera durante una o dos semanas a ayudar al pueblo. Posteriormente y en caravana, llevaban a mi padre a Petatlán, sirviéndoles a todos como un paseo de la época.
Mis padres llegaron a Zihuatanejo en 1938; ellos se conocieron cuando mi papá llega como telegrafista a Hermosillo, en 1930… cuando mi madre llegó a poner un telegrama a su oficina, y ella dice que cuando le entregó el papel del telegrama, mi papá le tomó la mano para no soltársela jamás… duraron cuatro años de novios y más de cincuenta años de casados, como una pareja hermosa y ejemplar… se casaron en el 33, en la catedral de Hermosillo Sonora. Y mi papá era tan romántico, tan bello, que todos los sábados le llevaba serenata a mi madre. Siendo que al lado de la casa de mi mamá vivía María Félix, la gran diva del cine mexicano…
- ¡Pero las serenatas eran para Rosa! – afirmaba mi mamá, muy ufana.
Entonces mi papá, que ganaba muy bien como telegrafista, llegaba en un camión de redilas junto a la Orquesta Hermosillense, para llevarle serenata a mi madre. Ella tan hermosa… él tan bello y costeñote.
Y mi padre siempre pensando y soñando en llegar a trabajar y a residir en Zihuatanejo. Por lo que mi abuelita le decía y le pedía a mi madre:
-¡No te vayas Rosa, allá te va a llevar a lavar al río! – ante la decisión inalterable de mi madre.
En el 33 mi padre solicitaba su cambio a este hermoso lugar. Pero la decisión de los directivos fue otra; lo mandaron al Istmo de Tehuantepec, donde permaneció por cinco años. Y ahí, bueno, mi mamá era tan inteligente, tan activa y tan emprendedora, que aprendió a bordar como las oaxaqueñas… por ahí tenemos las fotos donde aparece con su vestimenta bordada magistralmente por ella misma.
Después enviaron a mi papá a una nueva adscripción… así llegó, por un año, a San Jerónimo… y de ahí, ahora sí, en una hermosa mañana del verano de 1938 llega a Zihuatanejo, que lo recibe con los brazos abiertos.
Ya estaba aquí mi padrino Salvador Espino, que lo recibe con alegría y esperanzas en su trabajo… y luego luego gestionando el ejido, adonde invitan e incorporan a mi padre en el padrón, junto a otros petatlecos que ya residían aquí, y con los que habían sido vecinos en Petatlán, adonde, según contaban, jugaban con los huesos de las vacas, pues no había juguetes en ese tiempo, ni en que entretenerse.
Llegan a vivir en una casita, que era de los Rodríguez, y que creo ahora es de la familia Meneses. Ahí estaba el telégrafo y el correo, y ya mi papá traía el nombramiento como jefe de telégrafos. Más adelante se separan estas dos oficinas, y pasamos a vivir donde era la comisaría de Zihuatanejo, ahí había sido la Hacienda de Inguarán y después fue la presidencia. Y fueron muchos años que fuimos la familia más feliz, tanto por el amor de mis padres como por vivir en este paraíso divino… fue un sueño maravilloso… y por ahí anda la foto donde yo siempre estoy sobre un petate contemplando al mar.
Durante mi infancia y en la primaria, mis maestros tan hermosos fueron el profesor Chico, en 3º y 5º, la maestra Amalfi, esposa del director, y los maestros Icaza y Lázaro Ramírez.
Y más tarde, ya en la secundaria, todo era maravilloso, con el director, el maestro Delfino Rendón, que venía de Iguala, y junto a Miroslava Montaño, Gloria Allec, Tomasita, la de Garrobos y Guadalupe Reglado, que es psicóloga, vivimos momentos inimaginables. Como cuando formamos el equipo de volibol, que jugué desde el cuarto grado de primaria, con un gran entrenador que era el maestro Lázaro Ramírez, que era fabuloso, y que nos entrenaba en la playa, por lo que siempre nos desplazábamos como gaviotas en el aire.
Y que nos llevan a representar a Zihuatanejo a la ciudad de Ayutla, adonde se concentraron equipos de Acapulco, de Tecpan, Iguala, Chilpancingo, y lógicamente, las de Ayutla, que eran unas morenazas bien desarrolladas y bonitas, y eran las favoritas para ganar este torneo... mientras que nosotros íbamos bien flaquitas, por lo que nadie creía en nosotros… así fuimos tumbando a otros equipos, hasta que llegamos a la final contra las ayutlecas, apoyadas por su numeroso público, pues estaba todo el pueblo gritándoles y apoyándolas.
Así nos fuimos hasta los puntos extras, dando y dando, hasta que Guadalupe Reglado, que para mí ha sido la mejor volibolista de Zihuatanejo, nos combinábamos bien, y me va elevando una pelota para que la rematara… me la puso hermosa… exacta… precisa… ¡booommm!... sentí que me elevé como una gaviota… le pegué con toda el alma, que hasta la niña ayutleca se fue para atrás, cayó por allá… ¡ganaaamoos! Y nos van premiando en el teatro del pueblo, con la inolvidable sorpresa que fui elegida como la mejor volibolista del Estado de Guerrero, en el nivel de secundaria… ¡imagínense que si no fue un sueño hecho realidad!
Aparte, siempre participé en los eventos culturales, para la escuela no fui muy buena que digamos, pero sobre todo esto, bailaba, cantaba y me esforzaba al representar a mi escuela. Recuerdo con mucha gratitud a los maestros de la secundaria, como el profe Vital, de matemáticas y a quien quisimos mucho, el maestro Delfino Rendón, de español, el profesor Vicente, la maestra Ema, de corte y confección, Lolita nos daba mecanografía, y tantos maestros que son inolvidables…
Y estando tan pequeño este pueblo, todo mundo esperábamos con ansia el carnaval, era una gran ilusión, pues al principio no había luz, no había agua, y el carnaval levantaba una gran algarabía; y cada evento era con el propósito de mejorar al pueblo, por ejemplo, mi hermana Rosa María participó como candidata a reina, cuyos fondos eran para tratar de meter el agua, y compitió contra Irma Rodríguez y Otilia Lara, trabajando incansablemente para lograrlo. Socorro compitió contra Blanca Castro, tratando de reunir los dineros para introducir la luz y el agua, que fueron introducidas por los años cincuenta la luz y por principios de los sesenta la tubería del agua.
Y nosotros tuvimos siempre una gran ventaja, porque como mi papá era el telegrafista, entonces necesitaba y tenía una plantita de luz que daba el servicio a la casa, casi todo el día y hasta las ocho de la noche. Después, él compró, a un barco, una lámpara de gasolina, aparte de los quinqués, de aceite y petróleo, que teníamos todos los pobladores de Zihuatanejo. Y todos los días estábamos alrededor de la mesa, esperando que mi papá le soplara y le pusiera el cerillo a la lámpara, para que encendiera, lo que se convertía en un ejercicio fabuloso y mágico, para el tiempo en que vivíamos.
También teníamos un jardín, primoroso, porque mi mamá siempre soñaba con tener una área lleno de flores, y era muy cuidadosa y amorosa con sus plantas… teníamos un baño, pues mi papá conseguía y compraba muchas cosas a los barcos que pasaban por aquí, y con una gran visión por haber recorrido gran parte de la república trabajando, trataba de acomodarnos lo mejor posible, adelantándose a su tiempo. No había agua ni tubería, pero él se las ingeniaba y ponía botes enormes y podíamos tener hasta regadera en la casa… había fosa séptica, imagínense, teníamos baño. Y estando sentada en el baño, a un ladito de nuestra casa y del telégrafo estaba un restaurancito de doña Ruperta, y siempre escuchaba una canción que decía:
Estoy en el rincón de una cantina… oyendo una canción que yo pedí…
me están sirviendo ahorita mi tequila… ya va mi pensamiento rumbo a ti…
Me la sabía re bien…. y se venían los carnavales preciosos, con el capitán Jorge Bustos y el maestro Fabio Aguado, que trabajaron muchísimo por la organización que tuvo, recorriendo las callecitas que había en Zihuatanejo… y luego los bailes eran enfrente de mi casa, pues la cancha estaba entre la casa de mi padrino Salvador y la playa. Entonces, mi tía Adelita, que tuvo muchos hijos y que por eso cocinaba todo el día, sacaba un chunche de cascarones que había juntado durante todo el año, y ahí vamos todos a pintarlo y a rellenarlos, para que a la mera hora estuviéramos quebrando cascarones a todos, bien lindo todo… y nos disfrazábamos muy hermosas, pues era la época del twist y el rocanrol.
Y un día común, el telégrafo abría a las ocho de la mañana, y aquí aparecen dos personajes muy importantes para Zihuatanejo: el señor Santiago Gutiérrez, que ya trabajaba en el telégrafo desde que antes que yo naciera, y Chema, que era muy conocido aquí y que trabajó con mi papá durante muchísimos años, pues mi padre les fue enseñando, poco a poco, las rutinas y el manejo del telégrafo, y ya tenían prendida la planta de luz y desempeñaban su trabajo con una gran vocación de servicio, y que cada vez que nos encontramos nos saludamos con una gran alegría; de la misma manera venía a aprender y a practicar el maestro Daniel Bravo, también un joven que es hermano de Martha Sotelo, el mayor, y Luisito Olvera, que fueron aprendiendo con el paso del tiempo.
Mientras tanto, en la banca de madera de mi padrino, afuera de su casa, que era el centro de la plática comunitaria y donde se forjaron hermosos sueños y realidades para Zihuatanejo, se reunían por la tarde, los sábados y los domingos, los señores Salvador Espino, Fernando Bravo, Alfonso Palacios, don Guillermo Leyva, Amador Campos Ibarra, el señor de Garrobos, papá de Raúl, entre otros igualmente importantes, para ver, planear y soñar como mejorar a nuestro Zihuatanejo tan querido, con su corazón de oro veían que hacía falta y cómo lo iban a hacer para realizar las obras de mejoramiento comunitario… era maravilloso.
De manera complementaria permítanme rememorar que mi hermosa madre venía de Hermosillo, y que junto a su hermano y tres hermanas habían estudiado en el colegio que los generales Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles habían fundado en ese lugar, para los hijos de las viudas que quedaron de la Revolución Mexicana, que era de orden militar y muy estricta en sus rutinas escolares, y como mi abuelita había quedado viuda desde muy joven, pues ellos tenían derecho de asistir a esta institución educativa; de esta manera, mi abuela los dejaba a las ocho de la mañana y los recogía por la tarde, pues ahí llegaban a desayunar y a comer diariamente, lo que era una gran ayuda en la economía familiar. De esta manera, mi mamá y mis tías estudiaron la primaria durante el día y por la tarde asisten a sus clases de repostería y belleza, y cuando por el año 38, en que llega con su esposo a residir aquí, pues se topa con que no había salones de belleza, y que era un sitio y un tiempo ideal para que ella hiciera las permanentes, los cortes de pelo y toda la línea de belleza femenina que había en esos calendarios.
A la vez y confiada en sus conocimientos de repostería, empezó a elaborar unos pasteles riquísimos para todo tipo de eventos, a pesar de que ya había algunas panaderías, como el caso de la mamá de Caritina Galeana, que tenía una en Agua de Correa y que Cari venía a vender, pues en esos años mi preciosa mamá llegó para regalar a sus amistades y vender a sus clientes estos sabrosísimos pasteles, de tal manera que en la gran mayoría de los casamientos que hubo en la época, el pastel era hecho por mi mamá, que en muchas ocasiones llevaba hasta La Unión, donde el capitán Jorge Bustos le hacía el favor de llevarla en su avioneta, lo que le agradecemos profundamente, a nombre de mi familia.
Tenía una cocina extraordinaria, donde aunque no había luz, yo veía que en la madrugada y teniendo a mi papá como su guardián, cuidaban la elaboración de los pasteles, en un horno de tierra que trajeron de Alemania, que hasta la vez conservo, junto a sus fogones inolvidables y el comal mágico que lograban hacer lucir a mi madre querida en sus ensueños de cocina, con otra magia familiar, pues su cocina tenía unos barrotitos de madera cuya vista iba a dar al mar, lo que volvía muy inspirador y gratificante su trabajo.
Y ya se venían los cumpleaños de mi papá, y para recibir a sus hermanos que venían en camioneta, puntualmente, de Petatlán, preparaba unas ollotas llenas de ceviche y de langostas, junto a los guisos que ofrecía a todos los invitados, en fechas tan memorables para mi familia y amigos.
Ya todos eran conocidos por ser una población pequeña, todos eran compadres, todos se enviaban y regalaban un saco de esto, y correspondían y mandaban con un saco del otro… así vivían y convivían, regalándose de todo lo que se producía y cultivaba aquí. Las empleadas casi hacían su trabajo gratis, con tal de ayudar a los amigos, familias y compadres. Mi nana, que todavía vive, se llama Pina, tan linda, tan bella, tan bondadosa, que tuvo como diez hijos, fue una émula de este grandioso personaje de la película Roma, nos llevaba a la playa y ahí estaba con nosotros, hacíamos hoyos, nos llenábamos de arena, y mientras mi mamá, a una vista sobre nosotros desde su cocina, Pina nos cuidaba de manera muy amorosa… inolvidable mi nana… cierro los ojos y aun disfruto y me estremezco de tanta ternura y tanta felicidad.
Y atendiendo a esta historia, sabiendo que mi mamá junto a su familia acostumbraban ir a misa, puntualmente, allá en Hermosillo, se presenta la circunstancia que aquí no había una parroquia, y que de vez en cuando venía un sacerdote que hacía el servicio religioso en casa de doña Panchita Mendoza, que está pegada con la casa de todos ustedes, y que se despierta esta inquietud en la conciencia y sensibilidad de mi madre… y nace la idea de gestionar y construir la iglesia, por lo que con Alfa Bravo, mis madrinas Esperancita y Sarita Espino, Gloria Leyva, María Pimentel, Aurora Palacios y sus hermanas, así como de cerca de veinticinco hermosas mujeres de la época, lograron conseguir el terreno que donó don Carlos Barnard, por influencia de don Darío Galeana, y se llega a tener Nuestra Parroquia de la Señora de Guadalupe, vigente hasta la fecha… por obra y gracia de estas bellas mujeres, a las cuales les debemos tanto.
Cuando se llegó la hora, mi papá se empeñó en que yo estudiara turismo, aunque dentro de mí, el deseo era llegar a ser una maestra de Educación Física, porque siempre había sido mi pasión por el deporte, pues el nado se me daba de manera natural, más cuando acostumbré irme nadando del muelle a la playa La Madera, ida y vuelta, o bien, si me sentía más fuerte y motivada ese día, me iba a nadar hacia la playa Las Gatas, que hasta tenía porra con algunos trabajadores de la SAHOP, que venían a construir al aeropuerto, pues me gritaban:
-¡Bravooo! Ya nadó Lupita.
Lo que me motivaba para seguir nadando de manera sobresaliente.
Pero mi papá todavía se anteponía a que anduviéramos de shorcito, y me decía:
-¡No hija… no, no, no! Tú te vas a la ciudad de México.
Así llegué a la Escuela Mexicana de Turismo, ahí en la Plaza Río de Janeiro… estuve dos años con materias y profesores muy interesantes, que posteriormente me sirvió de mucho, para tener una visión turística en nuestro bello nido costeño… pero no, no era mi vocación. Para entrar al tercer año me di una enfermada, que casi me muero, porque me llegó a dar casi una bronquitis, según el médico… horrible… llegué aquí temblando, pero ya estaba en casa, y en unos días me alivié por completo, para que acto seguido, mi papá me dijera:
-¡Lupita, te tienes que ir, hija!
A lo que le contesté inmediata pero respetuosamente:
-¡No papá, yo ya no me voy! – con una gran resolución.
Y así terminó este hermoso pero incompleto episodio de mi vida. Dejé la escuela, y a veces me arrepiento, porque aunque no era mi pasión debería yo haber terminado y venirme aunque sea de gerente a algún hotel, porque era muy buena escuela, conocí muchísima gente, tanto, que algunos alumnos y compañeros vinieron como gerentes a los hoteles de Ixtapa, más tarde… pero al llegar aquí jamás se me borró la sonrisa.
Entonces, estaba mi padre de gerente en el hotel Calpulli, y yo le iba a ayudar, pero seguí sin que prendiera la chispa de la pasión por el turismo. Después puse una tienda, que conservo desde treinta y cinco años. Y cuando mi padre envió a mis hermanos al lado de mi abuelita, que estaba sola, y que empezaron a estudiar en el colegio Dante Alighieri, en México, mi papá me dijo:
-¡Lupita, te tienes que ir a México a estudiar en el colegio donde van tus hermanas!
Y con todo respeto le tuve que contestar:
-¡Perdóneme papá, pero a mí no me arrancan de aquí… yo soy palmera de este lugar!
Fui la oveja negra de mi familia… fui muy vaga pero muy feliz.
Ahora sigo haciendo mi vida aquí, con una hija y un nieto que son mi adoración, casada felizmente y por los últimos veintinueve años con un gringo que habla y escribe el español mejor que yo, con mucho amor y mucho respeto… deseando ver a Zihuatanejo hecho un paraíso, con su hermosa gente siempre hospitalaria.
Y mientras seguía el concierto hermoso del Príncipe de la canción, Guadalupe Bravo competía con la belleza del cielo, el mar y la tarde, que cerraban sus sonrisas y ensanchaban el alma de todos los asistentes de este bello lugar de mujeres.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario