LAS HUELLAS DE LA VIDA

Everardo Amaro Juárez  “El Prieto”
La pasión por la fotografía
La vida, como la música, es un concierto de sonidos y silencios, que sensibilizan el alma, y en esta ocasión nos regala una de sus más hermosas sinfonías que enaltece la figura del hombre sencillo, modesto, humilde y de trabajo, que deja una hermosa huella en los corazones de los moradores de este hermoso “lugar de mujeres”.

La cita fue nuevamente en la Playa Principal, dentro de la bahía “Cihuatlán”, teniendo como testigo a nuestro padre, el mar… donde al acompasado y cadencioso sisear de las olas conocimos esta hermosa e inolvidable historia de labor y pasión por la fotografía, citada por un hijo amoroso, trabajador y agradecido con la paternidad de un ser humano maravilloso… y en su elocuencia dejamos esta raíz comunitaria.
“Mis padres son Everardo Amaro Juárez, al que la comunidad conocía cariñosamente como “El Prieto”, de oficio fotógrafo, y mi hermosa mamá se llama Cristina Vargas Salgado, comerciante de cepa.
Mi padre trabajaba como empleado con el doctor Armando Morales, en su casa de la esquina que forman las calles de Cuauhtémoc y Nicolás Bravo, en el mero corazón de Zihuatanejo, quien lo invita a trabajar en su estudio fotográfico; aquí recordaremos que cuando mi papá trabajó con el doctor Morales, éste tenía en su farmacia de todo, vendía cámaras, rollos, baterías, snorkels, llantas para nadar, googles, visores, en fin, todo lo que buscaba un turista, lo vendía el doc, hasta los souvenirs y las famosas postales… todo.
Y fue tanta la pasión que se enciende en el corazón de mi papá por el trabajo fotográfico, que aunque con pocos recursos económicos, decide irse a la Ciudad de México para tomar los cursos necesarios que lo prepararan para esta hermosa profesión.
Después de esta emocionante aventura regresa aquí a iniciar su negocio propio, como fotógrafo de estudio, social y turístico, en su casa de Nicolás Bravo No. 3, donde nosotros nacimos, crecimos y vivimos., para después pasar su residencia a la calle de Antonia Nava No. 11, bautizando su negocio como “Estudio Juárez”.
Y ante la buena recepción comunitaria que tiene mi padre por su trabajo, poco a poco va realizando las labores propias de la fotografía en este hermoso lugar, pues fue el primer fotógrafo que conjuntó un gran trabajo, pues igual cubría todos los trabajos que se le encomendaban, por ejemplo, él hacía las fotografías sociales de Zihuatanejo, Coacoyul, Barrio Viejo y hasta La Unión, lo que va alentando su fama y prestigio, sin faltarle a la modestia, pues varias veces se escuchaba entre la población que ante las necesidades o gustos por la buena fotografía, repetidamente decían:
-¡Vayan con “El Prieto”.
Con lo que cubría los eventos de la sociedad costeña, como bautizos, confirmaciones, primeras comuniones, casamientos y cumpleaños, primordialmente y sobre todo los fines de semana; y de lunes a viernes las labores de estudio, para plasmar las fotografías en los diferentes formatos…  lo que no le gustó nunca fue trabajar con los ayuntamientos, porque siempre han sido un problema para pagar, y mi padre no tenía la paciencia para dar cien vueltas en pos de su pago, en el ir y venir tan conocido de siempre… nunca le gustó esta faceta de su trabajo.
Y ya llegaba la elaboración de fotos en los diferentes tamaños que tiene la formalidad fotográfica, como los tamaños en infantil, óvalo, cartilla, oficial y pasaporte, con lo que lograba un gran contacto y empatía con la gente al perfilarla de acuerdo a los requisitos para cada gestión e institución, al convertirse en el primer estudio fotográfico local.
Y esta posición comunitaria se confirmaba, pues era reconocido y solicitado por los alumnos y los maestros de toda la comunidad, por un sencillo pero eficaz detalle, porque en los documentos oficiales sólo aceptaban las fotografías que llevaran completa y totalmente el fondo blanco, lo que en el estudio de mi papá se lograba con gran aceptación y reconocimiento, pues los directores de todas las instituciones remarcaban a sus alumnos la recomendación de ir a tomarse las fotos al “Estudio Fotográfico Juárez”… con “El Prieto”.
Y el foto-estudio tenía la gran ventaja de ofrecer la mayor parte de los uniformes escolares e institucionales para captar exactamente el requisito de nuestras instituciones educativas, oficiales y particulares, siendo el caso muy especial con los de La Marina, que consistía en gorra y camisola en color azul marino, rematada con estrellas blancas, lo que permitía que todos los aspirantes a ingresar a esta institución militar fueran a tomarse las fotografías al estudio de mi papá, y eran acompañados por algún oficial asignado para esta comisión… ahora, cuando se trataba de ingresar o egresar de las escuelas, era como ir a las tortillas, hacían filas largas o llegaban en grupo para obtener las fotos para sus documentos escolares, desde muy temprano a su humilde casa.
Y yo era un chamaco, pero inmediatamente me integraba al trabajo con mi papá y con mi mamá, imprimíamos fotografías por rollo, que una vez tomadas se enviaban por paquetería a Acapulco, y a los ocho días se entregaban a los clientes.
Ante esta bonanza, basada en el trabajo limpio y constante, en mi familia hubo una estabilidad económica para bienvivir, y aunque no se hizo fortuna, si vivíamos con honestidad y modestia.
De manera paralela y para las fotos sociales la cercanía del estudio con la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe fue determinante, pues prácticamente la teníamos a una cuadra… entonces nos decía la secretaría:
-Aquí vienen los novios, y nos preguntan quién les puede tomar las fotografías, y nosotros inmediatamente los mandamos con ustedes.
Y era la manera en la que atendíamos a este tipo de clientes.
Para esto, mi padre se movía en una motocicleta Carabela, lo que volvía más ágil sus actividades de trabajo, según me decía su gran amigo El Güero Merce, que trabajaba en la “Hielería Álvarez”, puesto que sólo había tres motos en el pueblo, lo que hacía que no pasaran desapercibidos, y que fue una de las grandes pasiones de mi papá.
Y debido a la eficacia de su trabajo, a su puntualidad y a los precios que él establecía, muchas personas lo venían a buscar, incluso venían de Barrio Viejo, de Pantla, de Coacoyul y de La Unión, pues prácticamente era el único fotógrafo, lo que implicaba que hubiera muchísima chamba, a tal grado que mi mamá, sin saber nada, tuvo que aprender el oficio para poder ayudarle, y era tanto el auge que mi madre tuvo que irse incorporando a saber lo que era la apertura, el encuadre y todos sus técnicas fotográficas… y ya saben cómo somos los hombres, le ponemos el nombre y la dinámica al negocio, pero llega el momento que sólo lo atiende la mujer… da la bienvenida, se entera de los pedidos, arregla el estudio, hace el trabajo… y así siempre.
Para esto, mi papá tenía una cámara muy viejita, para las fotografías de estudio, era de rollo 120, de cartucho, que se lo pegabas a la cámara y haciendo tomas y revelando; esa fue la fuente de sus ingresos, aprendiendo a revelar en blanco y negro, al grado de que tuvo que habilitar un cuarto de revelado, y ya sabrán, aplicar el fijador, el revelador, el secado, y que Dios me perdone, pues cualquiera podía tomar una foto, pero mi padre era el único que revelaba en Zihuatanejo, allá por los años setenta y ochenta.
Y así íbamos a trabajar en los cumpleaños, las clausuras de cursos, en el cine, en el circo, y ya despachábamos veinte órdenes de fotografías… nos metíamos al cuarto de revelado, y ahí no debía pasar ni un rayo de luz, ni tantito, porque se velaba el rollo y se perdían las fotos. Trabajábamos con luz infraroja, muy tenue; una vez yo expuse a la luz un trabajo… y tómala… que se vela casi medio rollo, como media caja de papel… se me olvidó meterla y prendí la luz, y eso me valió una buena regañada… pero eran gajes del oficio.
Y también trabajamos para recibir los permisos de las embarcaciones, por lo que había que ir a tomar las fotografías, aunque eran muy estrictos en la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, la famosa SCT; aquí en Capitanía no querían que en el fondo de las fotos aparecieran casas ni cerros, así que tenías que andar subiéndote a las piedras para tener el mejor ángulo, donde saliera la embarcación y el puro mar, nada que distrajera la toma del transporte marítimo, se hacía desde varios ángulos para ver cuáles les gustaba… y se escucha muy sencillo pero verdaderamente te aventabas hasta una hora para lograr dos o tres fotos que convencieran a las autoridades, porque además la lancha se movía con la fuerza de las olas, lo que complicaba el trabajo. Las primeras veces iba con mi papá, y ya después él me mandaba solo a cubrir estas actividades, que en ocasiones no me quedaban a la primera, luego teníamos que ir juntos para que todo saliera muy bien… así fui aprendiendo los secretos y las técnicas de la fotografía, guiado por mi padre, que era un gran ser humano.
Él se mantuvo completamente de la fotografía; así pudo comprarse un Volkswagen blanco 86, de agencia, con ayuda de mi madre, posteriormente tuvieron una camioneta, que fue de gran auxilio para sus actividades laborales y familiares, pues en ella y por sorpresa, los fines de semana mi papá nos llevaba a La Saladita, a Playa Quieta y Playa Linda, que eran las playas más alejadas, adonde le gustaba comer marisco y un buen pescado.
Y en Playa Quieta puso un pequeño negocio semifijo, con material metálico, que al último quedó bien fijo, donde vendía cámaras, rollos y captaba pedidos de revelados; años después lo pasó al muelle, descubriendo que mi padre sabía hacer de todo, pues lo mismo hacía trabajos de mecánica, electricidad, herrería, carpintería, pues hizo los muebles de la casa, y lo que se le atravesara; alguna vez le pregunté por qué sabía de todo y cómo le había hecho para aprender, a lo que me contestó:
Mira, aquí antes no había quien te lo hiciera, por lo que todos los habitantes teníamos que aprender de todo, un poquito, porque si no, no avanzabas… hasta que alguien pudiera o quisiera venir a auxiliarte, por lo que había que entrarle a todos los oficios.
Pero la fotografía fue su pasión. Y dentro de ella llegó a comprarse una cámara Manilla 120, fueron con mi mamá por ella hasta Tijuana, se la consiguió y se la financió mi tío Humberto, y después se la fue pagando, y se la trajo con tres lentes, imagínate, pues con ese tipo de cámara podías hacer una ampliación del tamaño de una pared, por lo que considero que hasta esa altura del tiempo en Zihuatanejo, el destino le quedó corto, pues era como comprarse un Roy Royce para meterlo de taxi, pero bueno era su gran y hermosa pasión y una gran satisfacción personal y familiar.
Y así nos dejó sembrado en el alma el oficio de la fotografía a mi mamá y a mí, lo que he combinado con el periodismo.
Y otro de los grandes recuerdos que perduran en mi alma, es el orgullo que siento cuando lo llamaban cuando había un buen pez vela, un marlin o un atún, de los torneos de pesca, pues los de la cooperativa tenían su teléfono y luego luego lo llamaban para eternizar este momento a través de este hermoso arte fotográfico, al decirle:
-¡Señor Everardo, véngase, hoy hubo una buena pesca!
Convirtiéndose así en el fotógrafo oficial de la fiesta comunitaria, nacional e internacional.
Y a mí me enviaba desde que yo tenía tres años… él me ponía la cámara en la velocidad y la obertura idónea, y me decía emocionado:
-¡Aquí, tírale… tírale aquí…una de tantas tiene que salir!
A la vez y obligado por las circunstancias y más por su pasión, tenía que elaborar fotografía turística, donde incluía menús de platillos y cartas generales, en hoteles, agencias de viajes y de comunicaciones… en fin… en los desfiles se daba vuelo con estas fotos… en todo lo que pudiera fotografiarse, estaba mi papá… así, una vez, lo llamaron del ayuntamiento para que fuera al mirador de “La Ropa”, cuando me dijo, extrañamente:
-¡Vente, vamos!
Entonces pudo fotografiar a tres cruceros que se encontraban fondeados, uno en medio de  nuestra hermosa bahía, otro enfrente de Montecristo y el otro cerca de la Piedra Solitaria... fue un espectáculo hermoso e inolvidable para mi alma de niño, y esa foto reflejaba una gran temporada turística, mucha derrama económica, pues las mejores temporadas de turismo en Zihuatanejo, sin duda, fueron en los años ochenta.
Y en la parte sentimental sí que hubo grandes recuerdos, pues entre los amigos de mi padre estuvieron “El Hígado”, de La Noria y “El Rojo” Vargas, entre otros, que aunque fueron pocos, él se quitaba la camisa por ellos, pues nos dejaba impresionados como los trataba, con una suculenta talla, un buen trago y los paseos por las playas.
Y luego se viene su amor por el futbol, donde formó parte del equipo “Resto del Mundo”, con jugadores y compañeros de su camada. Así se iba a la unidad deportiva o a Coacoyul.
Recuerdo que me decía que de niño había vivido a cien metros de la cancha, cerca de donde ahora está una pizzería; luego se cambiaron unas cuadras más para allá, a un lado de doña Élfega Olvera, en la calle de Cuauhtémoc, con mi abuela Isaura Juárez Mendiola, mejor conocida como Cháguala, y mi bisabuela Inocencia, conocida aquí como Conchita.
Ellos hacían pan, junto a varios primos que mi abuela Cháguala crió aquí.
Y por último, cuando mi padre falleció, se cerró su negocio, todo se guardó y quedó en su habitación, y lo que fue quedando fue bajo la tutela de mis hermanas, pero yo que quedé con sus consejos y sobre con su ejemplo de ser humano, pues me fue enseñando la belleza de la honestidad y la honradez, siempre hablar con la verdad, que si cometía un error, tenía que reconocerlo y tratar de enmendarlo, mantener la rectitud en el carácter y que te busquen por lo que haces, así como la gran y hermosa pasión por la fotografía, por eso, mi padre fue el mejor papá y el mejor ser humano que haya en la tierra.
Y en el fondo de esta escenografía hermosa de nuestras vidas y plática, las olas mansas y cadenciosas de la preciosa bahía “Cihuatlán” cantaban en el homenaje espiritual a Everardo Amaro Juárez, mejor conocido como “El Prieto”.

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