LAS HUELLAS DE LA VIDA


Agua de Correa, Paraíso Costeño II
La tarde abría sus balcones en medio de la luz solar que regalaba sus últimos colores en tonos pasteles, permitiendo solazar el alma. La llamada de Francisco Maganda, mundialmente conocido como “Coy”, hizo que se alegrara el corazón y que se alertaran los sentidos.
 -¡Profe, vente a La Correa, ya está una entrevista que seguramente nos traerá muchos recuerdos!
El reloj marcaba las seis treinta vespertina, hora ideal para una actividad periodística y literaria. Allá vamos rumbo a Agua de Correa, para cumplir con uno de los propósitos más ansiados, durante años, de develar los telones de la historia de este hermoso rincón costeño, dentro del municipio azuetense.

 Así nos encontramos con “Coy”, en el mero corazón de Agua de Correa, e inmediatamente nos trasladó a un corredor romántico, adonde, desde hace muchas décadas se han alojado un puñito de hermosas y legendarias familias zihuatanejenses. Y en una casita rebosante de romanticismo y como de historia de cuento, se hallaba nuestro gran confidente comunitario revisando un álbum familiar, en el que dejamos la crónica de esta singular narración… todo lo demás fue felicidad entre la miel.
“Mi nombre es Fernando Pineda Valdovinos, y mis padres fueron Ricardo Pineda Ruiz y Esther Valdovinos Rodríguez, de los cuales nacimos Neto, Conrado, Eneida, Ricardo “El Indio”, Guadalupe, Fernando, que a raíz de su fallecimiento, posteriormente yo heredé el nombre, Delfino, María Esther, Leticia, Alina y Alfa. 
Y es bonito recordar que en Agua de Correa hubo familias dedicadas tanto al campo, el comercio y la pesca, como los Maganda, los Orbe, Nogueda, Pineda, Sánchez, Martínez, Valle, Mosqueda, Sotelo, que después nos fuimos champurrando, donde casi todos nos enfamiliamos, con grandes e inolvidables personajes como Baldomero Pineda, Gustavo Maciel, Marcelino Ramos, Juan Gutiérrez, Balta Roque, Miguel Reséndiz, Ezequiel Ramos, entre otros no menos importantes.
 Mi padre llegó a sembrar  alrededor de La Correa, entre los cerros, en algunos claritos de tierra. Mi abuelo, Juan Pineda, también sembraba por aquí lo que podía… y mi abuelo Cheque, al igual que toda la comunidad, procuraba abastecerse de la agricultura de temporal, donde más o menos éramos unos ciento cincuenta habitantes. Y recuerdo perfectamente una temporadita, como de tres años, que junto con mi familia nos fuimos a sembrar a La Pedregosita, adonde se quedaron muchas parcelas libres. Entonces se sembraba maíz, ajonjolí, sandía, melón, pepino, frijol, año con año, para el consumo de la casa.
 Y había cosechas que no se acababan y se juntaban con la otra cosecha del año venidero, lo que volvía felices a todos los padres de familia, por razones entendibles, y se hacían trojes para guardar el maíz, que regaban con calidra para que se conservara y no se picara, porque si no, les llegaba el gorgojo.
 En las noches, en ocasiones nos tocaba ir al campo, a cuidar la sandía, antes de que les cayeran los tejones, o alguna gente se iba en la madrugada y sacudía el ajonjolí… ya cuando llegabas ya no había semilla, se la habían llevado los mañosos… así que sábado y domingo eran días laborables para nosotros.
 Cuando las “aguas” eran malas, que no había muchas cosechas, se hacían norias para más o menos defenderse con este recurso y seguir sembrando, aunque sea poquito… pero las cosechas poco a poco fueron mermando por diversas causas, entonces los hombres se iban a tumbar coco, y muchas familias se dedicaron a la pesca, entre ellos mi papá, que sacaba mucha lapa, caracol y ostión, que no tenía mucha venta porque lo daban a tostón, y todo el pescado que se podía… con estos productos nos íbamos con mi hermana a Petatlán con dos costales de lapa y caracol, y allá estábamos sábados y domingos hasta que la acabáramos, y ya nos veníamos el lunes, puesto que fuimos de los primeros “exportadores” de caracol… y así, varias personas de La Correa se dedicaron a la lapa, como Goche Reséndiz, con la salvedad de que antes como no había barra la sacaban con un palo macizo de chilcahuite, le sacaban filo, y con este palo sacaban toda la lapa que podían. Los buzos eran Ricardo Pineda, Goche, Chalo Irra y mi papá, entre los buzos más avanzados, pues se metían con aletas y puro visor; y como aquí no se podían conseguir estos materiales se los traían los amigos que venían de la Ciudad de México, cuando regresaban de vacaciones, y también les traían lámparas para pescar en las noches, y fue la forma en que se fueron manteniendo. Luego fueron saliendo buzos de orilla, que langosteaban… con langostas hasta de un kilo.
 Luego, yo me salía a “ranchear” con las personas de billetes, con don Alfredo Gómez y Chave Gómez, que siempre le encargaban a mi apá langosta, y les traía puras langostas de a kilo, a $1 peso o a $ 1.50, y eran los únicos que comían langosta… y nosotros, cuando no las vendíamos. 
Y La Correa era un hermoso vergel, porque año con año los arroyos crecían enormes, que hasta se metían a la población; nuestro recuerdo grato va en las andanzas en “La Poza de Los Caballos” la del “Saltito” y la legendaria “Poza de la Jícama”… eran en estas tres pozas donde se juntaban todas las familias. 
 A la vez, en este lugar las parteras eran Amanda Mercado y mi abuela, Gabriela Rodríguez, que “partearon” a media Correa, y mi abuelita se iba a “partear” hasta El Valle, arriba de estos cerros, que tenía unas quince o veinte casitas, con familias dedicadas a la agricultura, donde cada año había dos o tres partos. Yo tenía seis años, y acompañaba a mi abuela… nos íbamos en una yegua que tenía, y yo me iba en ancas… salíamos como a las siete de la tarde, y allá estábamos hasta que se “aliviaba” la señora; ahí dormíamos, nos daban de comer caldo de gallina criolla con tortillas hechas a mano, eran de pura chimenea… y al otro día, vámonos de regreso. Eran los años maravillosos, porque imagínense, vivir con mis padres tan hermosos, mis abuelos inolvidables y mis hermanos... 
 Ahora bien, los comerciantes de Agua de Correa siempre fueron doña María Pineda, que después se fue a Zihuatanejo a vender abarrotes y carne, Alfredo Gómez, Chabe Gómez, Micaela Maciel, que eran las cuatro tiendas que surtían a La Correa.
 Y nuestros juegos infantiles eran como los de todo el mundo, en el día el beisbol, el futbol, y en la noche a la roña, las escondidas, los encantados, a volar las zarangolas, rezumbadoras con charolas, el yoyo, el trompo… y fíjense que en ese tiempo no había luz eléctrica en mi pueblo hermoso, hasta que Silverio Valle compró una plantita, allá por 1962 o 63, y alumbraban a los vecinos hasta las ocho o nueve de la noche en que se daban uno o dos apagones para avisar, en lo que todos corrían para sus casas… Y los días domingos nos íbamos a pescar o de paseo a La Madera, para traer ostiones y almejas. 
 También recuerdo que mi jefe se iba a pescar de noche, que era cuando regresaba hasta con cuatro “gallos”, y así me amarraba un pescado por cada lado en un burro meco que teníamos, y me iba por todos los callejones de Coacoyul adonde ya me estaba esperando mi mamá con una mesita puesta para vender todo el día, de a peso el kilo, pero como no había báscula, pues ahí le aventabas otro trozo grande para tantearle… la cosa era acabarlo ya… y luego, como no había mucho dinero circulante había ocasiones en que le hacíamos como antes, cambiábamos el pescado por maíz o frijol… ¡Era bonita la vida así!
 Y aquí viene un recuerdo grato, pues nuestros primeros maestros en Agua de Correa fueron la maestra Mateana Orbe, que duró como cincuenta años de servicio, dando primero y segundo grado, estuvieron la profesora Josefina, la maestra Carmen Maciel y su esposo el profesor Alcaraz, después, como aquí había hasta cuarto año, nos fuimos a estudiar a Zihuatanejo, en la inolvidable Escuela Primaria “Vicente Guerrero”, con los maestros Eustolio y Lupe García… y regresé a quinto con el maestro Amador, que venía de Chichihualco, y sexto grado con la maestra Rosa María Fernández.
 Más tarde tuvimos que ir a estudiar a la Secundaria “Eva Sámano”, adonde nos impartieron clases el maestro Lázaro Ramírez, Guadalupe García, el profe Vital, René Nava, Zeferino, que llegó como de veinticinco años, cuando nosotros ya teníamos como de quince, dieciséis o diecisiete años… porque antes entrábamos de trece o catorce años a la primaria, ya estábamos grandes en la escuela, con bigote y toda la cosa… el director era el maestro Delfino Rendón.
 De La Correa nos íbamos a pie y enguarachados, pues no usábamos ni tenis ni zapatos… a mí me compraron los primeros zapatos cuando terminé la primaria, pero los tres años en la “Eva” fui con huaraches… y no sé cómo por ahí me hice de unos tenis para Educación Física.
Para 1971 ya jugábamos con el equipo de la secundaria “Eva”, con Fernando Bravo, “El Pelón” Flores, “El Perro” Farías, Juan Otero, Nacho Moreno, Efraín Meneses, Sergio Ureña, venía Clemente Enríquez de Petatlán, Pepe Romero de San Jeronimito, y éramos puros chavos de 2º y 3er grado, y la magia surgió cuando fuimos reforzados con nuestros maestros, como el maestro Zeferino, que tenía como 25 años y el Profe Rosado…  había ocho equipos, como “El Diamante”, el de la secundaria, “El Independiente” del doctor Morales, quien en 1972 formó una primera liga deportiva, Ciza, Coacoyul, Carta Blanca, Agua de Correa y otros que se fueron integrando... Y también apareció en La Correa un equipo de 2ª fuerza, con Pepe, Efraín Verboonen, Guillermo Galeana, Armando Sotelo, Lalo Olea, entre otros igual de importantes, pero al paso del tiempo, pues se me van los nombres de momento.
 Y en una ocasión en la escuela, muy cerca de la cooperativa escolar, de manera accidental que quiebro una botella, por lo que luego luego, el director me impuso el castigo de llevar una caja completa de envases. Luego, yendo en 2º grado, estábamos jugando volibol, y en una jugada perdida, como travesura, que pateo el balón con toda la fuerza y que le va a dar en plena cara al maestro René, que hasta lo tumbé… que ve el maestro Lupe García… y en  lo que le aclaraba que había sido sin querer, me indicó con autoridad:
 -¡Qué vengas, te estoy diciendo!
Por lo que me llevó a la dirección, acusándome de esta falta involuntaria. Más calmado el director me dijo:
 -¡Mira Fernando, yo sé que fue un accidente… está bien, puedes irte… sólo te voy a pedir un gran favor, no quiero que te juntes con “El Loro”, porque ya no me lo aguanto!... ¡Si hubiera sabido que yo era “El Loro!...
 Ya en las tardes, nos íbamos a la cancha de basquetbol, que era de tierra, adonde ahora está nuestro zócalo, que luego fue pavimentada, o nos íbamos a la cancha de beisbol, donde está el campo de futbol, ahora, o en la Ceiba, donde jugaban nuestros hermanos mayores, nosotros los veíamos jugar, pero siempre aprendiendo de ellos. Por la necesidad deportiva hacían las manillas de cartón o con guantes de costal, para que amortiguaran el golpe, porque ya se jugaba con pelotas duras. Y ya sea antes o después de sus cáscaras, pues los chiquillos le entrábamos para pasar el rato divertidos, con la camada de 10 y 11 años.  Y desde chicos jugábamos en el “Caña Dulce”, o en las placitas donde se animaban las “cáscaras”.
 La primera generación de beisbolistas  la formaron Ramiro Ambario, Ramón Maganda, Memo Vargas, Juvenal Olea, Raúl y Benjamín Otero, Rubén Ambario, entre otros.
 Más tarde se formaron dos equipos aquí, porque los hermanos mayores tardaron muchos años en retirarse, y pues todos los jóvenes queríamos entrarle y jugar ya de manera organizada, por lo que estaba el equipo de “Las Panteras”, de gran tradición comunitaria en Zihuatanejo, y el otro equipo de noveles llamado “Los Diablos”, adonde jugaba José “La Caica” Pineda, “El Chango”, Nanoi, Mateo, “El Windure”... y cuando “Las Panteras” viejas se fueron acabando , entró el equipo de los jóvenes a ir reforzando a La Correa, con Ramón Maganda “El Bule”, que se dedicó a dirigirlos. Nosotros fuimos la última generación de “Panteras”, con Sergio Ureña, Delfino Pineda, Armando Sotelo y su servidor… y ahí se acabó la historia de las legendarias “Panteras” de Agua de Correa, porque las siguientes generaciones ya se completaban con gente de afuera.  
 También, por el año de 1966, yo tenía como 12 o 13 años, y se formó el equipo de futbol de La Correa, llamado “Cruz Azul”, para jugar los sábados entre los hermanos y amigos, con Raúl Sotelo, José Antonio Olea, Felipe Otero, Ricardo y Conrado Pineda, Sergio Ureña, José Alfredo, Silverio Valle y Ángel Nogueda, entre otros. Se formaban los equipos para jugar partidos amistosos contra Coacoyul, en la que una semana íbamos nosotros para allá, y a la otra semana venían ellos a jugar aquí, porque no había una liga deportiva organizada, y también jugábamos con Barrio Viejo.
 Y en esos años venía el club profesional de El Pachuca, con Corona del Rosal al frente, para jugar con los equipos de aquí. 
Y aquí mi vida cruzó sus coordenadas entre el tiempo y el espacio, pues me tuve que ir a estudiar a la Ciudad de México, allá por el año 71… pero aun así, me pagaban por venir a jugar, lo que yo hacía con muchísimo gusto, para representar y jugar por Agua de Correa.  Entonces nos armamos con Beto “El poca mecha” de La Noria, con Luis y José Alfredo Valle, Ricardo Pineda “El Indio”, Sergio Elisea, Rubén Ambario, Miguel Ángel Galeana, Mario Roque, Salvador Otero Peña de Morelos, que era mecánico de Aeroméxico, Natera, que para mí ha sido el mejor centrocampista que ha llegado a Zihuatanejo, aparte del “Coruco”, que jugaron futbol profesional.
Y así llegamos a una gran final contra Coacoyul, a jugarse en el campo municipal, donde ahora está el Hospital General… 5-2, ganamos, con una gran satisfacción colectiva.
 Y en los recuerdos surge con nostalgia que para salir de Agua de Correa lo hacíamos en la camioneta o en los autobuses de la cooperativa, y te tardabas de cuatro a cinco horas en llegar a Petatlán, porque iban en cámara lenta… y luego pura terracería, y en los “columpios”… con mi abuela nos íbamos uno o dos días, y allá dormíamos en la “media agua” en las casas de familiares, amigos o conocidos.
 Y luego se venían las fiestas en mi tierra, bautizos, quince años, casamientos, cumpleaños, ya se hacían en la cancha del centro o en salones particulares, como la de Eli Hernández, y venían a tocar las mejores organizaciones de la costa, como Los Hermanos Chinos del Carrizal, o los Cardenales de San Luis… y aquí hubieron los mejores músicos de la costa, que usaban violines, guitarras y contrabajos amenizando los bailes, como don Narciso Reglado que hasta la fecha ya tiene 104 años de edad, Balta Roque, el mejor trompetista de la comarca costeña, Elías “La Chiva” Martínez y Chico Galeana en las trompetas, Víctor Nogueda con el saxofón, Marcial Ramos o Nahúm en la batería, el vocalista era Alfredo Bravo con sus incomparables interpretaciones, que terminó conmigo la secundaria y que ahora vive en los Estados Unidos, también Manolo Galeana cantando, ambos, cumbias, baladas, tropicales… estaba Rodrigo que era un cieguito muy bueno para la música. La mayoría llegaron a tocar en La Sonora Modelo. Y estos grupos de música y sus grandes intérpretes siempre tocaban aquí, y llegaban a ir a tocar hasta Lázaro Cárdenas, adonde se iban en avioneta y hasta en lancha para cumplir sus compromisos. 
 En  otra página, es importante recordar que la iglesia era nomás una construcción sencilla y rústica con un techito de lámina, a un lado de donde estaba el “Caña Dulce”, adonde se reunían nuestros padres y tíos con la gente grande para platicar y saber que mejoras se le iban a hacer a La Correa. Y ahí mismo algunos campesinos vendían sus productos, como escobas, estropajos y frutas de temporada… y cuando aquí llegó el Fibazi, en 1972, expropiaron algunos terrenos céntricos para hacer obras colectivas, como allá arriba construyeron una presita para almacenar el agua de esas corrientes de agua; luego construyeron el Parián, que se inauguró al mismo tiempo que el aeropuerto y el Hotel Aristos, y quitaron la cancha de basquetbol para construir la iglesia y gran parte del jardín central; para poder construir la parroquia se formó un comité de grandes y entusiastas personas, como Cira Vargas y Elba Alcaraz, y cuando llegó a la presidencia municipal José Luis Mosqueda, por iniciativa de su mamá y el apoyo incondicional de su hijo, se construyó nuestra iglesia… primero sólo venía un sacerdote a oficiar sus servicios religiosos de vez en cuando, de ahí el primer sacerdote que fue adscrito a esta parroquia fue el cura Manuel Herrera, que era de Coahuayutla, y para 2008-2010, el sacerdote en turno pagó, mediante las limosnas, para terminar como se ve ahora nuestro centro religioso. A la vez se reconoce a don Mateo Nogueda dentro del Registro Civil local. Y ya que Zihuatanejo pasó a ser un municipio autónomo, podías casarte en la oficina completamente gratis, o pagabas para que vinieran a casarte a La Correa, como se sigue estilando hasta la fecha.
 De manera paralela, atrás de lo que ahora es el mercado, por donde vive Lupe, se rancheaba en bandejas, pescado, carne de cuche, camarones, verduras, hortalizas y productos del campo; después algunos comerciantes se pusieron en El Parián, para finalmente ubicarse en lo que ahora es el mercado, para facilitar la compra de los alimentos básicos para los moradores de este lugar.  
 Además, se organizaban carreras atléticas saliendo de Coacoyul y llegando hasta el jardín central de Zihuatanejo, donde alguna vez gané esa carrera, trayendo atrás, muy cerquita, a Toño Campos “La Araña”.
 Y una vez que fuimos campeones en futbol en 1974, nos invitaron a jugar con el campeón de Lázaro Cárdenas… y allá vamos, y la “Quituya” Sotelo estaba chavalillo y no lo quisimos llevar porque estaba muy chico, pero ya se echaba sus alipuces… ya que habíamos jugado nos fuimos a la parranda por invitación de los anfitriones… y como a la una de la mañana que llega la “Quituya”, diciendo que se había ido de puros “aventones”… 
 Para 1975 me casé y mi primer trabajo fue en Fibazi, de donde me pagaron el primer parto de mi esposa, pagando el avión y el sanatorio en la Ciudad de México. Después trabajé en los gobiernos municipales con Gumersindo García, Armando Federico y Jorge Allec, por casi 20 años; luego me empleé en la ferretería de Marino Catalán, y finalmente en 1981, gracias al beisbol y al futbol, me ofrecieron trabajo en el aeropuerto, inicialmente como cobrador, luego en seguridad y jefe de personal y ahí anduve haciéndola de mil usos… 
 Mis grandes amigos han sido mis hermanos, también, desde la primaria me juntaba con Rubén Ambario, José Alfredo y Jorge Solís, con Alfonso nos veíamos en los bailes y nos veníamos a pie desde Zihuatanejo. 
 Durante 50 años estuve dentro del deporte, primero como jugador, con grandes satisfacciones personales y colectivas para mi pueblo, luego como entrenador y dirigente, viendo pasar generaciones de deportistas destacados y con una convivencia muy gratificante, llenando nuestras vidas con risas, esperanzas y sueños, por lo que puedo afirmar que todo se lo debo al deporte.
  Y así he sido muy feliz, con mi esposa Gisela Reglado, de donde nacieron mis hijos Fernando Alonso, Edú y Beatriz Esther, con mis grandes amores que tengo como nietos: Azul, Esther, Rafaela y Tadeo, para que sepan que tengo descendencia de la buena, por los que he sido el hombre más feliz de la tierra”.
Y la noche entraba con su hermoso manto luminoso; y los ojos de “Coy” y de su servidor tenían un ligero brillo que proveía una hermosa gratificación, mientras reconocíamos a Fernando Pineda como uno de los grandes sembradores en la legendaria Agua de Correa.



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