EL FILÓSOFO DE GÜÉMEZ

 La felicidad

Por Ramón Durón Ruíz (†)

La maestra de la escuela primaria, antes del fin del ciclo escolar se conectó en línea, con los padres de familia y les preguntó: 

–– ¿Qué quieren ustedes que sean sus hijos cuando sean grandes? 

–– Yo –respondió Amebiano–, quiero que sea doctor, esos ganan harto dinero.

–– Pues yo –dijo Simpliana–, quiero que sea ingeniero, en las obras que hacen les va requetebién.

–– No, yo –dijo Audomaro–, quiero que estudie en el Tec. de Monterrey, ahí van los hijos de los hombres más ricos y se hará amigo de ellos y tendrá asegurada su chamba.

Uno a uno los padres de familia fueron diciendo lo que querían que sus hijos fuesen, una vez que hubiesen egresado de la escuela de Güémez.

Cuando el Filósofo se encontró con la maestra, le preguntó cómo le había ido y sorprendida comentó:   

–– Nadie dijo: ¡Yo Quiero Que Mi Hijo Sea Feliz!

Conforme pasa el tiempo me he dado cuenta que en esta vida venimos a ser felices... lo demás llega por añadidura. La felicidad es el tema sustantivo en la vida del Filósofo de Güémez, un campesino que sin más escuela que la que la vida le da, vibra en sintonía con el universo y a través del poderoso sentido del humor se conecta con su divinidad, haciendo que cada hora de su día sea espectacular.

Este viejo campesino, en la búsqueda de su felicidad, se da el permiso de equivocarse y seguir adelante, porque sabe que es la mejor manera de crecer, vivo mi vida segundo a segundo con la plenitud del sol. 

¡Ahhh! y no olvido amar mi cuerpo, porque sé que es el compañero que habrá de estar conmigo hasta el final de mis días, lo alimento amorosamente y lo lleno de humor, ése que me colma cada instante de la magia del amor y me recuerda que no estoy aquí por casualidad, sino con un propósito de vida: ¡ser feliz!

   Pa’ este viejo Filósofo, cada nuevo amanecer siempre viene acompañado con el milagro de la vida, y al despuntar el alba me surge la inevitable pregunta: ¿qué voy a hacer hoy?, y la respuesta llega sin muchos recovecos: ¡voy a ser feliz!... lo demás llegará por añadidura.

Con el tiempo he llegado a comprender que el principio de la felicidad está en nuestro interior; quien es feliz tiene arraigado, en lo más íntimo de su ser, el principio de la sabiduría, ése que en la tormenta o en la calma, en los días soleados o en los de densos nubarrones, en los de proyectos truncos o en los de logros, nos conduce al encuentro maravillosamente reconciliado con uno mismo.

Cuántas veces habré visto que la gente es como los borrachos de Güémez, que buscan su casa sin saber por dónde está; así es la felicidad, si la quieres encontrar en las cosas mundanas y materiales, jamás llegaras a ella, la felicidad está en tu interior, cuando te des cuenta de ello, iniciarás el más maravilloso de todos los viajes: el viaje hacia tu alma.

Ser feliz te enseña a olvidar agravios, a viajar ligeros de equipaje, a maravillarte con los milagros diarios de la vida, alegrarte con el éxito ajeno, a reconocer los méritos y cualidades de todos, a dejar de lado las miserias humanas, a hacer el bien a todos, en todo lugar y todo el tiempo, a amar lo que tienes, a compartir tus dones y alegrías, ser feliz tiene el milagro de hacerte hoy más sabio que ayer.

He aprendido que la felicidad huye de la soberbia y nace de las almas en plenitud de humildad, ésas que saben que la felicidad es un regalo de Dios que entre más se reparte por el mundo… más se  queda en nuestra vida.

La felicidad es aún más completa, cuando tienes el privilegio de vivirla compartiéndola, hecho que te conducirá a armonizar mente, cuerpo y alma con el universo y todos los bienes que la creación tiene se abrirán para llegar especialmente a tu vida.

Pero, fundamentalmente, la felicidad radica en estar en paz contigo mismo, gozando de una actitud mental-física propositiva y positiva, sabiendo que todo lo que te pasa sucede para tu bien, porque no hay casualidades, sino causalidades… el que busca la felicidad inevitablemente la encuentra. 

En torno a la felicidad las abuelas de Güémez dicen dos cosas: 1) es inmensamente feliz aquél que durante las 24 horas del día no tiene tiempo pa’ pensar en pendejadas, y 2) que todos somos felices en la misma medida que nos aventuramos a serlo.

Por eso éste viejo campesino de allá “mesmo” dice: 

“La gente que es feliz… ¡NO TIENE TIEMPO PA’ ESTAR ‘INGANDO!”

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