¿Buscas tu otra mitad? Estar solo en la vejez no es una fatalidad

La búsqueda de amor, acogimiento y hogar tiene un motivo profundo, pero en este mundo jamás te sentirás bien acogido, porque tú no eres de este mundo. Millones de personas buscan el acogimiento en la pareja y en la familia y la mayoría cree que llegar allí es haber alcanzado un puerto seguro en el que encontrar plenitud, hogar y acogimiento. Sin embargo la mayoría busca en los demás aquello que no tiene y cree que con esta o aquella persona, que representa la imagen de sus deseos, puede sentirse bien acogido. Pero el hombre sólo atrae lo que él mismo es y no lo que quiere tener.
Sea como sea, muchas personas mayores están solas. La breve y aparente felicidad hace tiempo que se disolvió y del querer sentirse acogidos ya no se habla. A más tardar en la vejez se reconoce que el “sentirse en casa” era una ilusión, un engaño que deja con frecuencia un amargo sabor. Aunque el envejecer o estar solo no es una fatalidad. ¿Acaso la vejez o el estar solo no son indicadores de que en esta Tierra sólo somos huéspedes y de que nuestra existencia terrenal es una oportunidad para sintonizarnos a tiempo con la vida que está en nuestra alma, que fluye a través de nuestra alma y mantiene al cuerpo físico?
Ninguna persona podrá decir: “yo he logrado sentirme acogido”. En este mundo nunca llegaremos a sentirnos acogidos. ¿Por qué no? Porque no somos de este mundo. La vida del que aprende a tiempo a llegar al Reino de Dios que está en él, tiene un sentido. En ese caso la vejez está sostenida por amor, sabiduría y acogimiento. Pero lo cierto es que muchas personas sienten añoranza, una especie de descontento, porque buscamos el origen primario de
nuestro corazón, nuestro hogar eterno, buscamos la otra mitad de nuestra alma.
El alma cuyo núcleo de ser late en el ritmo del infinito, pertenece en toda la eternidad a la gran familia espiritual, donde está la otra mitad, la eterna unión amante en Dios, la unión dual, donde están el amor eterno, la felicidad, el acogimiento y el hogar que son de eterna duración, donde están la seguridad y la libertad absolutas, la vida.
Al que quiera sentir en la Tierra un pequeño reflejo de la verdadera alegría, de la verdadera felicidad, se le puede decir lo siguiente: La verdadera felicidad es la experiencia de la cercanía de Dios. Comprende: tú solo puedes ser feliz y libre si vives de manera que les vaya bien a todos. Por eso la gran meta de nuestra vida podría resumirse con estas palabras: Yo soy feliz cuando a mi prójimo le va mejor que a mí. Y si esta afirmación se hace viva en nosotros, también tendremos en cuenta a los maltratados de este mundo, hombres, animales y Madre Tierra. El hombre y el alma estarán intranquilos hasta que el alma se haya sumergido en el gran océano de la vida, en Dios, el gran amor y la unidad.

Vida Universal
Ana Saez Ramirez
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