Entre la verdad y la ficción

Por Jorge Luis Falcón Arévalo

La vida inútil de Pito Torreblanca

Como palabras para su lápida, con un discurso deteriorado -más gastado que el presupuesto del municipio de Acapulco-, como alma en pena, muy al estilo de la Llorona, son las abyectas letanías quejumbrosas y retadoras de un hombre que se resiste al razonamiento. Un hombre que brega entre la maldiciente colectiva y el rechazo del organismo político que lo llevó al poder, al poder disfrutar de los presupuestos.

Carlos Zeferino Torreblanca Galindo, perorata en cada lugar, como Pito Pérez con su flauta. Aquel con sonidos que interrumpía para empinar el codo; éste en una sarta de habladurías; pues se trata, visiblemente, de un juego de palabras, secularmente repetidas por su beneficiario, para darse valor, entregarse a ese ánimo en soliloquio, pues nadie le reverencia, a excepción de sus lacayos con bolsas henchidas de billetes.
Pues es propio de gentes primitivas toda moral cimentada en supersticiones, simulaciones y dogmatismos. El idealista perfecto sería romántico a los veinte años y estoico a los cincuenta; es tan anormal el estoicismo en la juventud como el romanticismo en la edad madura. Zeferino, no estuvo en ninguno de esos procesos, se enajenó a edad temprana, hoy vemos en su lenguaje verbal y corporal las ansias turbadas, por un desmorone neuronal. La muestra clara en sus declaraciones con la realidad histórica, no hay comparación. Habla de moral, como si hablara del árbol de moras. Pretendió emular al que profirió: “!El que esté libre de pecados que arroje la primera piedra!” Y le llovió un torrente de piedras. Se quiso forjar una personalidad. Simplemente se falló a si mismo. La soberbia sin atención psiquiátrica, es camino llano a la locura.
Al hombre que en breve desocupará Casa Guerrero, no lo juzgará la historia; pues él se encargó que a diario fuera cotizado en su proceder y comportamiento. Hoy simplemente se puede aplicar el pensamiento de Montaigne que suscribió esta opinión: "Hay más distancia entre tal y tal hombre, que entre tal hombre y tal bestia: es decir, que el más excelente animal está más próximo del hombre menos inteligente, que este último de otro hombre grande y excelente".
El arrendatario gubernamental, en su proceder “laboral” de sus seis años; pero, además de disfrutar -junto a su camarilla de amigos- de los dineros de los surianos prodigó insultos, amenazas, irreverencias y vituperio. En sus andanzas por las siete regiones, sembró discordias. Fecundó reacciones. Prohijó desavenencias. Su firma, la mediocridad que es el absurdo que proclaman los incapaces de sobresalir por su ingenio, por sus virtudes o por sus obras, sella el final de su “administración”.
En las postrimerías de su desgobierno se plasma con inusitada razón y se corre el velo del hipócrita al mostrar la ineficiencia de sus hombres y mujeres de pacotilla, diríanse hechos con retazos de catecismos y con sobras de vergüenza, en el difícil arte de saber gobernar. Porque no hay diferencia entre el cobarde que modera sus acciones por miedo al castigo y el codicioso que las activa por la esperanza de una recompensa; ambos llevan en partida doble sus cuentas corrientes con los prejuicios sociales.
Zeferino Torreblanca, casi paisano del autor de Pito Pérez, José Rubén Romero, éste último deja enseñanzas morales. Pues el primero deshoja su inmoralidad por doquier, con aires de cinismo y perversidad, pactando y rubricando con ello, su entrada triunfal al Partido Revolucionario Institucional, donde es acogido por la crema y nata de sus congéneres. Aunque Efrén Leyva Acevedo, lo niegue. Pues son buenos impostores. No olvidarlo.
En ocasiones el sonar de las campanas, no es para citar a misa; mucho menos a una convocatoria de un ritual lamentable. Doblan por festividades, por alegoría ferviente. Hoy ¿Por quién doblan las campanas?
P.D. No dudo que Zeferino, en el sitio donde se puede estar solo, sin un alma que le acompañe -aunque se dan en algunas ciertas manías-, debe estarse cagando; pero de la risa de las ámpulas que levanta en cada ocasión cuando el staff de medios de comunicación le azuza a proferir cualquier indecencia o liviandad verbal. Total, está cumpliendo su función: mofarse de todos.
P.D., bis Nerón, al ver incendiar Roma, lo disfrutó en demasía. ¿Qué idea la cruzaría en la bóveda craneana a Zeferrinche Torreblanca, al enterarse del incendio de los documentos facturales de la secretaría de salud, sitio de su ocaso azaroso?

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