MEMORÁNDUM

Por Gerardo Ruano Cástulo

*** Allí donde no hay visión, el pueblo perece…

El titulo de ésta entrega es obtenido del capítulo 29, versículo 18, del libro de proverbios de la Biblia. La compilación más leída y reconocida en el mundo. La frase que nos ocupa, no revela algo novedoso, pero si podría hacernos poner los pies sobre el piso, con relación a quienes dirigen los destinos de nuestros pueblos. La falta de visión, hay que decirlo, ha agudizado los problemas y provocado inclusive que se pierda el respeto a la autoridad.

Así es. La pregunta obligada sería: ¿Hacia dónde han tenido puesta la vista en los últimos tres años los alcaldes que gobiernan los municipios más importantes del estado? En ésta ocasión, nos ocuparemos de tres casos concretos, Acapulco, Chilpancingo e Iguala.
Manuel Añorve Baños llegó al poder explotando a la perfección todas las pifias de su antecesor, Félix Salgado Macedonio, cuya carencia de visión quedo puesta en evidencia ante el gobierno deficiente que encabezó. El priísta les vendió la idea a los Acapulqueños de que con su llegada al poder se venían tiempos mejores para el puerto. Y de hecho, una vez instalado en la silla edilicia, desplegó diferentes acciones bajo el lema un Acapulco de Diez.
No obstante, su visión no estaba depositada en el Acapulco de Diez que pregonaba, sino en el valor principal que le movía: La búsqueda de más poder. En menos de un año, el alcalde ya andaba recorriendo otras partes del estado. Y más tarde, ya era candidato del PRI a la gubernatura, dejando a los acapulqueños con la idea clara de que los tiempos mejores eran puro cuento. El resultado se vio en las urnas. Su derrota debió regresarlo a la realidad.
Después de su descalabro se reincorporó a la presidencia municipal. Pero el golpe a la autoestima y a otros aspectos de su vida, como el financiero, se vio pronto reflejado en el cierre total de esa campaña de un Acapulco de Diez. La ciudadanía del puerto pagó el precio por haber llevado al poder a un político carente de visión. La política es para trabajar a favor del bien común. Eso es lo que menos hizo Manuel Añorve. Ahora con menor razón, cuando su objetivo de mantenerse en el poder se ve cerca, con su futura incursión a una diputación federal por la vía plurinominal.
En el caso de Chilpancingo, la carta de presentación de Héctor Astudillo Flores destacaba por la experiencia. Se le veía como un político que poseía los atributos para darle un giro a la imagen de la capital del estado. Sin embargo, con el paso de los días, las cosas iban en declive. La deficiencia en la operación de los servicios públicos reflejaba que la visión del alcalde estaba depositada en otra dirección. Apenas había cumplido un año en el encargo, cuando ya se andaba emocionando por buscar ser candidato a la gubernatura otra vez. Desde el interior de su gabinete parecían más interesados en competir con la obra realizada por el ex alcalde Mario Moreno Arcos, que por cumplir con sus metas y retos en bien de Chilpancingo. En las calles se ve el caos. Los automovilistas no respetan a la autoridad. En las arterias, jardines y parques se ven los acumulamientos de basura. En las viviendas no llega el agua entubada. Por las noches, priva la oscuridad en diferentes puntos de la ciudad. Lo cual es lamentable, pero totalmente entendible, cuando se sabe que la vista de Héctor Astudillo está depositada en mantenerse en el poder, pero ahora desde la comodidad de una curul en el Congreso del Estado.
Con relación a Iguala, muchos nos enteramos en qué condiciones salió de la presidencia Raúl Tovar Tavera, aunque luego regreso bajo el amparo y protección de un buen padrinazgo. Su visión estaba depositada en satisfacer algunas demandas de carácter personal, las que privilegió por encima del bien común de los habitantes de su municipio. Hoy está sentado en la silla edilicia, pero carece de liderazgo y los resultados son palpables con una Iguala que no avanza.
En suma, los tres municipios han estado pagando un precio demasiado caro, en apego a la cita del libro de proverbios, ante la falta de visión de sus gobernantes. ¿Es justo que nuestros pueblos vayan en la ruta de perecer? Esa es la cuestión.
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