¿Sabemos realmente lo que comemos?

La industria alimentaria con una venta anual de 150 mil millones de Euros, es uno de los sectores económicos más productivos de la industria alemana, mayor que el de la industria automovilística, lo que significa que comer es un gran negocio. Sin embargo comer es una cuestión muy personal, pues sobre gustos no hay nada escrito, aunque la cuestión que se plantea es si sabemos exactamente qué comemos.

Por ejemplo un europeo en el transcurso de su vida digerirá alrededor de 60 toneladas de alimentos, siendo la mayoría de ellos de la opinión de que se alimenta de manera sana. Lo que se contradice con los estudios realizados por las sociedades alimenticias que afirman que la alimentación en Europa es: demasiado grasa, demasiado salada, demasiado dulce, demasiado energética y demasiado pobre en fibra. Incluso muchos productos ni siquiera cumplen las pocas y modestas prescripciones que marca el Reglamento Europeo sobre alimentación.
En las estanterías de los supermercados se pueden contabilizar hasta 170.000 alimentos diferentes, que también difieren en su calidad. De hecho tanta diversidad hace que el cliente no acierte a diferenciar y a elegir bien, lo que también tiene sus pegas, pues una “bendición” tal de productos puede terminar siendo una maldición. Si por ejemplo 20 proveedores compiten por ganarse los favores del consumidor, éste se encontrará en la tesitura de decidir cuál elige. ¿Y qué es lo que al final nos hace decidirnos por un producto u otro? Principalmente el precio y la calidad. El precio es fácil reconocerlo, pero ¿expresan los ingredientes realmente la calidad del producto? No, más bien supone un reto averiguar qué son por ejemplo el sirope de glucosa, el extracto de levadura, los reguladores de la acidez o los emulsionantes. 
El presidente de una gran empresa alemana de alimentación dijo: “Cuando les doy una etiqueta con una lista de ingredientes a mis mejores profesionales, éstos no son capaces de reconocer de qué ingredientes se trata en realidad”. Sin embargo los consumidores hemos de leer las etiquetas, entenderlas y decidirnos según ellas. Una vez más la pregunta es ¿quién protege realmente a los consumidores?
El periodista Hans-Ulrich Grimm es conocido en Alemania como el doctor Watson alemán, pues con su trabajo ha destapado lo que se esconde tras el márquetin de la industria alimenticia. Hans-Ulrich manifestó: «En la industria alimenticia, en esa cultura de supermercado sólo existen dos motivos para la producción de alimentos: uno se llama “Shelf-life”, que es el hecho de que las cosas tienen que conservarse en buen estado durante mucho tiempo -tanto como esté el producto en las estanterías- quedando en segundo término la salud de las personas. Y el otro motivo es que todo debe ser barato, barato, barato, lo que obliga a que en lugar de tomar el correspondiente alimento real como base de un producto alimenticio, se utilicen sustitutos químicos”. 

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