La brecha entre personas y animales se achica

Cynthia Moss, quien durante veinte años observó elefantes en el parque nacional keniano Ambolesi, está firmemente convencida de que los animales tienen sentimientos. Ella comprobó en numerosas ocasiones cómo los elefantes lloraban, lágrimas casi siempre de alegría, que saltaban de los ojos a las sienes de estos animales. Ostensiblemente estos paquidermos son muy sensibles cuando se trata de su propia familia.
Cynthia Moss relata cómo un día una madre elefanta, Emelie, fue apartada de la manada durante una tormenta de arena junto a sus dos hijos, Eudora y Emo. Sólo dos semanas más tarde se reunieron ambos grupos, y ya desde lejos Emelie, con sus dos hijos, daba señales de que los había visto, y los tres corrieron al encuentro del resto del grupo con lágrimas de alegría en los ojos. Cuando llegaron Emelie apartó suavemente a sus dos pequeños, para saludar a Echo, la matriarca de la manada. Ambas hembras levantaron la cabeza e hicieron chocar sus colmillos haciéndolos resonar, entrelazaron amistosamente sus trompas levantando y bajando sus grandes orejas en ese saludo ritual. Finalmente comenzaron a baliar. Giraban en círculo, trompeteando y pisando con fuerza, y toda la manada participó en este baile de alegría. Evidentemente los animales tienen grandes sentimientos cuando entre ellos sienten alegría o sufrimiento.
Lo interesante es que estos sentimientos son parecidos a los que conocemos nosotros los seres humanos cuando, por ejemplo, volvemos a ver a alguien a quien hace mucho que no veíamos. Una observación que no obstante comparten bastantes científicos de renombre en la actualidad. Por ejemplo Mark Beckhoff, catedrático de biología conductual de la Universidad de Colorado y autor de numerosos libros sobre el tema de los sentimientos en animales. Él lo formula del siguiente modo: «La continuidad evolutiva, un concepto establecido por Charles Darwin, subraya que las diferencias entre los humanos y otros mamíferos son tan solo de naturaleza gradual y no de naturaleza específica. Esto vale también para las emociones. Si nosotros podemos sentir alegría y tristeza, lo mismo vale para los animales. Todo el mundo sabe la buena sensación que se siente cuando nos ayudamos mutuamente y nos ocupamos los unos de los otros». ¿Por qué no iban a sentirse los animales bien por lo mismo?
Los simios, tan parecidos genéticamente a los humanos, ponen tanta sensibilidad y delicadeza, a veces incluso perspicacia y refinamiento en todas sus expresiones, que no podemos dejar de atribuirles sentimientos complejos. Esto lo dice también la conocida investigadora de primates Jane Gordal, considerada como una de las pioneras en la investigación con primates. Ella cuenta lo siguiente: «Es totalmente imposible vivir con animales y ocuparse de ellos sin reconocer que cada uno de ellos tiene su propia personalidad. Por lo tanto, ¿son los animales capaces de tener pensamientos y sentimientos? Definitivamente, si».
La investigadora Susan Wash de la Georgia Asthet University escribe: «Sin duda los monos antropomorfos experimentan y expresan tranquilidad, alegría, culpa, arrepentimiento, desprecio, inverosimilitud, timidez, tristeza, asombro, ternura, fidelidad, enojo, desconfianza y amor». En base a esto se podría afirmar que el antiguo “foso insalvable” que separaba a los animales de los seres humanos tal vez ya no sea tan profundo.

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