MEMORIA COSTEÑA


El Zihuatanejo de mis recuerdos  

Bajo el cielo de Guerrero
que irizan los rayos del sol,
vive el pueblo de pescadores
regalando su gran corazón…
cantándole  a la costeña
y haciendo sus nidos de amor.

Cihuatlán de mis amores
eres “lugar de mujeres”,
de belleza angelical
con su alma de colores,
que le cantan a la vida
 entre un bosque de flores.
Tu cuna fue cuitlateca
con voces de dioses eternos,
en medio de los murmullos
y cantos del huehuetéotl
que guarda en su alma blanca
la historia de cihuatéotl. 
Tus hombres de la atarraya
adornan tus bellas lunadas,
y de Las Gatas a La Ropa
de La Madera a Contramar,
va la novia de la costa
luciendo sus flores de azahar.   
Zihuatanejo, verso de ensueño
de Darío, Carlos y Salvador,
que con la música del alma
entregaron su honda pasión,
a la hermosa tierra divina
del mar, del aire y del sol. 
Mateana fue el bello faro
que iluminó el sendero
de las letras y la vida
siempre de bellos recuerdos,
de La Correa a Petatlán
y desde Ixtapa hasta el cielo.
Zihuatanejo es primavera
siempre vestido de verde
con alfombras de coral
y una luna incandescente,
que entre mieles de panal
suena su risa perenne.
Y las guitarras cantarinas
alegran las noches serenas
con Daniel y Chamberina
cantándole a las estrellas
con versos del maestro Fabio
y los cantos de sirenas.
Tu fandango es de carnaval
bajo luceros plateados
y una cascada de amor
sobre tus pangos anclados,
 con morenas de bello color
como capullos dorados.
La poesía es de Toño Urbina
plena  de sueños costeños
y pintando hermosos paisajes
Suazo, Guadalupe y Alfredo,
que retratan los palmares 
de mi costa y su recuerdo.
Al son que esculpe Jair
y “Abril” que ya entona Cobo 
 van arpeando muy bonito
 Lupillo, Armando y Alfonso,  
en hermosas tardes bohemias
del bello puerto bendito.   
Zihuatanejo querido
eres luz, viento y velero
orgullo caro y sincero
del Estado de Guerrero
hermoso rincón costeño
donde “La Patria… es Primero”.
Hoy es un día muy especial y placentero; la noche anterior  se había decidido ir a visitar a una de las personas más queridas, estimadas y admiradas por un puñado de amigos, compañeros y familiares que han observado en él su don de gente, por su sentido de la solidaridad, por su lealtad en la amistad y por el eterno afán de servir a sus semejantes; y estos sentimientos no son productos del momento sino de una constante construcción del afecto y el cariño con la familia Valdovinos en el correr de tres décadas de profunda y entrañable amistad.
 Bajo una persistente lluvia que refrescaba agradablemente el ambiente, no se marcaban las ocho cuando nos trasladamos a su domicilio; ya sabía que se encontraría despierto puesto que sus costumbres de cumplido hombre de campo, así le han marcado el alma.
 El maestro Salvador para sus alumnos, Salva para sus hermanos y Chava para el resto de la gente, acababa de leer el periódico y escribía algún pendiente; raudo y veloz abrió de par en par, como siempre lo ha hecho, las puertas de su casa y de su corazón… emocionado, saludaba confiada y amablemente; el  motivo de la visita hizo que repentinamente se le agolparan en la mente el recuerdo de más de cincuenta y nueve años de existencia comunitaria, en cuestión de segundos, usando esa mágica y extraordinaria capacidad humana que es la memoria mezclándola con los sentimientos que le dan sentido a la vida.   
   Y así empezó a evocar, con nostalgia evidente, el tema preferido por los habitantes de Zihuatanejo, entre 1930 a 1980:   
“En Zihuatanejo había una sola calle, la de la biblioteca central, que haciendo una larga curva llegaba hasta la playa principal; en el trayecto se abrían dos callejones: lo que hoy son las calles de 5 de mayo y Vicente Guerrero.
Sólo había tres grandes zonas reconocidas: “el centro” de la población, que abarcaba el muelle, adonde se concentraban las actividades de la población, la Noria, que es la comunidad de los pescadores y, arriba, la colonia de “Los Hermanos”, que era donde vivíamos la gente de campo y los que iban llegando de otras partes del municipio y del estado… lo demás eran huertas, manglares y mar, con sus colores hermosos, vivos y contrastantes. 
 Muy temprano ensillábamos los burros y nos íbamos a ordeñar al cerro; al regresar cortábamos leña tanto para el consumo de la casa como para venderla; nos la pagaban a cuatro pesos la carga y de ahí le daba un peso a “Manche”, puesto que yo la cortaba y él bajaba a venderla. 
 Más tarde, nos íbamos a la escuela, entre huertas, lagunas y caminos de tierra; fue la Escuela Primaria “Vicente Guerrero” la que nos amamantó en cuestiones del saber y que nos dio luz e instrucción educativa, a través de los maestros: Santiago Rueda Millán, que fungía como director, el maestro Lázaro Ramírez Cervantes, Lupe García Ayala, Nati Vega, Ángel Solís, los maestros Toño y Nilo y una maestra muy joven y muy querida por todos nosotros que se llama Elsa Rendón Gatica, que venía de Iguala.
 Ahí, desde la losa que tenían los baños nos echábamos clavados hacia el estero, que cubría hasta donde hoy es el canal, pegado al cerro de la Madera, que era alimentado por el arroyo que bajaba por Agua de Correa; nos gustaba acercarnos del otro lado porque estaba la huerta de César Galeana y ahí tenían pavo reales con plumajes hermosos y vistosos; también nos tocaba presenciar el sacrificio de los animales, ya que cerca se encontraba el rastro hacia donde ahora está un estacionamiento.
 Ya en la secundaria, las caminatas eran más largas… entre las huertas… ahí convivimos con grandes maestros como los profesores: Zeferino Castellanos, Carlos Rosado, René Nava, Carlos Mellado, entre otros; había quien se iba en bicicleta convirtiendo este ejercicio en un placentero recorrido. El regreso de la escuela se volvía una fiesta, porque entre risas, carreras y recolección frutal, traíamos: cocos, mangos, guayabas, naranjas, toronjas, limones, y como los dueños nos conocían, permitían que los cortáramos entre la algarabía general.
 En ese entonces, la familia que tenía una carreta jalada por bueyes era afortunada, puesto que primero ibas a traer coco… lo llevabas a partir, de regreso la traías llena de bonote que servía como combustible en las tabiqueras, ahí lo dejabas y la retacabas de ladrillos, que los transportabas adonde lo pedían, y así… tiro por viaje.
 En ese tiempo don Salvador Espino era una persona muy bondadosa y de mucha experiencia, ya que le tendía la mano amiga a quien lo necesitaba; arreglaba situaciones comunitarias, le compraba sus productos a la gente que bajaba de la sierra e influía para bien en las autoridades, ya sea para ayudar a alguna persona o para tomar una decisión que beneficiaba a nuestra población.     
También estaba la tienda de ropa del señor Montenegro, que tenía un sonido de donde anunciaba su mercancía. Al mismo tiempo, allá por donde ahora está la cancha municipal estaba el restaurante: “La Flor de Zihuatanejo”, que era el único lugar donde se acercaban a refrescarse los lugareños y los fuereños en cada tarde.
 La cancha estaba entre lo que es “La Surtidora”, los billares “Álvarez” y el palacio municipal antiguo que… bueno, ya no está; pero ahí pasaba la calle de tierra y se hacían los bailes del pueblo; eran pocas las personas que tenían un carro y éstos eran carcachitas que poco circulaban.
 En los días de carnaval se elegía un patronato para que organizara los festejos y actividades, entre que se encontraba la elección y coronación de la reina, se desarrollaban bailes populares, con la gran ventaja, que todos nos conocíamos y convivíamos, venían los familiares y amigos de la sierra, de Pantla, de Barrio Viejo y del Coacoyul, se organizaba el desfile con carros alegóricos y se hacían concursos de disfraces; la mayoría de estas actividades se repetían en las fiestas de Navidad y el Año Nuevo.
 Los días sábados y domingos eran muy bonitos, te ibas con los amigos a las antenas de la radiodifusora, allá estaba la estación radiofónica, se cruzaba la colonia de “Los Hermanos” rumbo a Las Mesas, y mucha gente participaba en ”La hora de los aficionados”, generalmente cantando, y uno pues les iba a echar porras y a divertirte de lo lindo, ya que se convertía en un gratificante paseo costeño; luego te regresabas hasta el muelle, y ahí te regalaban los ojotones a manos llenas, ya que estos pescados son muy sabrosos y había en cantidades industriales, puesto que hubo ocasiones en que el pescador arrojaba la atarraya y no podía sacarla, por tantos peces que atrapaba.    
 Después caminabas hacia la playa del “Almacén” para regocijarte, y regresando, te metías hasta “La Madera” a bañarte y, si de veras teníamos ganas de aventuras, ensillábamos  los burros y rodeando el cerro de “La Ropa” visitabas la playa de “Las Gatas”, que era y sigue siendo una delicia; al estar de regreso llenabas hasta dos costales de mangos para regalar a la familia.   
En las tardes, o bien bajábamos a jugar futbol a La Madera o nos juntábamos con “Papa León” en la cancha de “La Zapata”, donde ahora está la escuela primaria; ahí se organizó el equipo de la colonia y “Papa León” nos llevaba y nos traía en su camioneta... fue un personaje muy querido por todos nosotros, por lo que ahora siempre lo recordamos con cariño y gratitud.
 En la mayoría de las casas se procuraba tener una noria, pero a veces el agua salía salada, por lo que nos trasladábamos al “ojo de agua” de arriba de la colonia de “Los Hermanos”, ya sea con “palancas”, en los burros o en las carretas, para traer agua más dulce. Como complemento, los días domingos la población se venía adonde está actualmente el hospital general, ahí estuvo la cancha de beisbol, con juegos intensos y “a morirse en la raya”, con equipos como “Los Pescadores” de la Noria, los visitantes de Petatlán y los aguerridos jugadores de “Las Panteras” de Agua de Correa, con sus porras bravas, los gritos de varones, mujeres y niños y la algarabía de la gente costeña. 
Ahora bien, en el centro estaban las familias Castro, Galeana, Espino y Álvarez; en la Noria los Lara y los Arciniega y en la colonia Zapata éramos los más humildes con los Oliveros, los  Maciel, los Valdovinos y los Chávez, entre otros. Qué hermoso era Zihuatanejo en esos tiempos!”.     
Y así fue la plática, donde un hijo pródigo de Zihuatanejo demostró cuánto vivió en su niñez y cuan rico ha sido al lado de su familia y de su gente, recordando y añorando la vida pasada, con una niñez carente de recursos materiales pero enriquecida de experiencias e imaginación humana, que se fue temporalmente a estudiar y regresó triunfante para servirle a su matria; que vela por el bienestar de sus hijos Chava, Giovani y Manolo y de sus hermanos tan queridos, que agradece a Dios haber tenido a su lado a su padre, don Ranulfo, que portó con orgullo hasta 106 años de edad, y haber nacido en esta bendita tierra de Zihuatanejo… ¡sí, del Zihuatanejo de su vida y de su corazón! (Desde el hermoso “lugar de mujeres. Raúl Román Román. El Indio de Iguala).

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