MEMORIA DE LA COSTA GRANDE


Atoyac, perla suriana

El municipio y la ciudad-cabecera de Atoyac de Álvarez es una geo-organización de páginas encendidas, de rebeldía y amor a la tierra, de radicalidad y oposición permanente a todo lo que sea oficialidad injusta, una persistencia denodada hacia las mejoras comunitarias, la búsqueda de justicia social y un documento permanentemente humano que estremece a la sociedad mundial, pues su gente lleva la conciencia y la sensibilidad social a flor de piel, en su afán decidido de que el juicio de la historia se cierre con justicia y equidad.

 La derivación etimológica que distingue a Atoyac proviene del náhuatl bajo el siguiente entendimiento: atl agua y toyahuil corriente… y comprendido como “corriente de agua” o “lugar del río”, a lo que otras afirmaciones le adicionan la comprensión, como: “creciente de agua”. 
 Por tal motivo, el glifo que ilustra a esta ciudad se encuentra representado por dos jeroglíficos, la representación de la montaña o cerro donde brota un río, o bien, una casa en construcción con un río a lado.
 Algunos historiadores afirman que esta provincia estuvo dominada por los Mexicas y que su capital se llamó Igualtepec. 
 Gracias a la tradición oral, tan rica y de fácil transmisión a través de centurias, entre padres e hijos, la fundación atoyaquense se marca en el año de 1496 por la cultura cuitlateca, y según otros datos históricos, fue en 1498, lo que no puede ocasionar un debate apasionado, pues es mínima la diferencia entre las estimaciones espacio-temporales. 
 Los títulos de propiedad de sus ciudadanos fueron entregados en el período virreinal, en el año de 1712, estos documentos fueron realizados por diligencias debido a que los nativos no hablaban español.
 Dando un salto en la historia, para 1821 Atoyac perteneció a La Capitanía General del Sur, creada por Agustín de Iturbide en su intento de unificar los criterios políticos en el sur de México.
 En ese tiempo y como una distinción del destino nace en esta tierra el insigne liberal Juan Álvarez, cuyo pensamiento personal se recuerda por su frase célebre: “Pobre entré a la presidencia y pobre salgo de ella”, lo que no todo es mentira pero tampoco no todo es verdad, pues es del conocimiento general la enorme riqueza que le pertenecía y que no salió de la nada.
 En 1852, Atoyac es elevado al rango de ciudad, según el decreto número 5 del H. Congreso local. El fundo legal de la población fue otorgado el 25 de junio de 1858 cuando era presidente federal don Ignacio Comonfort y gobernador del estado don Miguel García, dando una dirección legítima a esta medida política. 
 El 10 de abril de 1864 se constituye como municipio, dejando de pertenecer al distrito de Tecpan para formar parte del distrito de Galeana, siendo su primer presidente municipal don Antonio Ayerdi.
 El agregado Álvarez se le dio en honor del general nacido en estas tierras.
El primer encargado del Registro Civil fue don Cesáreo Ramos y el primer niño registrado quedó a nombre de Herculano Galeana, de San Jerónimo El Grande, perteneciente aún a esta geo-organización política y que dicho infante era familiar en línea directa de don Hermenegildo.
 Mientras que las primeras familias que llegaban a radicar a la ciudad cafetalera fueron reconocidas como los Fierro, Bello, Castro, González, García y Martínez, la ciudad cafetalera iniciaba su despegue comunitario regional.
 Sobre una línea social propicia y atendiendo a las necesidades más urgentes de los atoyaquenses, el ayuntamiento expropió los terrenos a la Asociación de españoles Alzuyeta Fernández Quiroz y Cía. S. A., estableciendo los límites hasta la plazuela de La Perseverancia y entroncando con la calle Aldama.
 Otra expropiación importante se realizó en 1923, para ampliar la mancha urbana hacia el sur y sobre los terrenos conocidos como El Rondanal de Silvestre G. Mariscal y María Gómez, y sobre el oriente, de las propiedades de Gabino G. Pino, Alberto Morales, Justo Laurel y José Elías.
 Una vez que el 15 de noviembre de 1933 fue erigido el municipio de San Jerónimo, se le segregaron 165 kms.2  que incluían las poblaciones de interés geográfico, pero sobre todo sus playas y los litorales, lo que mermó el ánimo comunitario atoyaquense en contraparte con la algarabía sanjeronimense, pero que a fin de cuentas siguen siendo de la misma gente y las mismas familias.
 La mayor parte del suelo atoyaquense es eminentemente abrupto y serrano, que es aprovechado por el campesinado y los productores agrícolas y ganaderos, sobre las elevaciones locales como el cerro de Teotepec o “Montaña de Dios”, que es considerada la más alta de nuestra entidad federativa guerrerense, pues tiene una elevación de 3,705 metros sobre el nivel del mar y complementada por el cerro Tlacotepec, entendido como la “Montaña de los Hombres”, que enuncian una conformación orográfica de impacto ambiental determinante para los trabajos eco-sistémicos.
 Con estas plantaciones temporales, Atoyac ha desarrollado grandes inversiones agropecuarias, principalmente con el café, que ha sido “el grano de oro” que le ha dado su identidad mundial. 
Todo este espectro natural se ve complementado por los cauces de los ríos Las Delicias, Grande, Santiago, Chiquito, Ixtla y Zacualpan, pues bañan sus laderas, bajiales y el uso agro-comunitario que auxilia a sus poblaciones de la sierra y de la costa suriana.  
 En la cabecera municipal se han desarrollado actos de fe, devoción y milagrería, a la vez que se han presentado sucesos de alto voltaje comunitario, como rebeliones armadas desde los tiempos independentistas y revolucionarios, enfrentamientos a balazos, como el del 18 de marzo de 1967 y las constantes manifestaciones de inconformidad y rebeldía en cada jornada electoral y cívica, por lo que se puede afirmar que la tierra del café es un permanente polvorín a punto de estallar, pues ha sido semillero de grandes luchadores sociales, en el curso de la historia guerrerense y mexicana.
 Aun así, no se puede dejar de asentar que sus moradores son hombres y mujeres de gran trabajo y convivencia, siempre pendientes del progreso material y espiritual de sus habitantes y de su tierra, por lo que se tienen registrados grandes eventos de civismo, solidaridad y humanitarismo, como se reseñan en esta obra.
 Por tales motivos, la gente costeña estamos orgullosísimos de nuestros paisanos atoyaquenses… (Desde el hermoso “lugar de mujeres”. Raúl Román Román. El Indio de Iguala)

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