Lo que nadie quiere entender sobre las drogas
Por Ernesto Salayandía García
¿Por qué yo no podía parar?
Comenzaba a las dos de la tarde, pidiendo un tequila doble en copa coñaquera y una coronita, cerveza de ampolleta, la mayoría de las veces me sentaba en la mesa de la cantina sin desayunar y le echaba los tragos amargos de las bebidas, no sabía disfrutar, me doy cuenta ahora, que tomaba por tomar, una tras de otra, pedía de comer y aceptaba la sugerencia del mesero de un buen vino tinto para acompañar la carne, que por muchos años le pedía termino tres cuartos, bien cocida, tampoco sabía comer, la mayoría de las veces, dejaba más de la mitad en el plato, luego, “pa que amarre, ya en medios tonos, es decir, medio borracho, de pedante, pedía un Sol y Sombra, que es coñac y Chinchón, anís mezclado, por supuesto que después de un par, me levantaba al baño a vomitar, echando las tripas, sangre sudor y lágrimas, saliendo del baño, ordenaba mi tradicional vodka Toni y para las ocho de la noche, me sacaban d aguilita, totalmente borracho, dejando, muchas veces mi saco en la silla, igual, dejando una pésima imagen ante comensales y meseros, una imagen muy desagradable, de alguien que se perdía en el alcohol, sin conciencia, ni noción de lo que es la vida, abandonado de mí mismo, dándole la espalada a la vida misma, a mi familia, a mi trabajo, cayendo en ese abismo, profundo y negro que es La Saliva del Diablo, sin saber a ciencia cierta, el porqué, el porque me tiraba a matar, por qué no podía decir hoy no muchas gracias, el porqué, sin saber por qué tenía que caer como araña fumigada, hasta las cachas y el porqué de ese enorme vacío que me hacía sentir solo, muy solo.