MEMORIA COSTEÑA


La barra del potosí el paraiso escondido de la costa

La Costa Grande guerrerense es de una belleza exuberante, extraordinaria y maravillosa y, dentro de este pedacito de tierra, se halla el paraíso terrenal más hermoso e incandescente que pueda la mente humana imaginar… La Barra del Potosí… como una sinfonía natural de sol, aire, agua, arena, flora, fauna y la hospitalidad grata de sus moradores. 

Este poema geográfico a la naturaleza se sostiene por el trabajo de sus pescadores, agricultores, salineros y, sobre todo, de sus hermosas mujeres, siempre hacendosas y trabajadoras, visionarias y emprendedoras, que acompañan a sus familias como centros y puntales de sus esposos, hijos, nietos, sobrinos y amigos, que datan desde hace lustros.
 Entre ellos se encuentra don Domingo Mellín Valdez, que atenta, amorosa y amablemente relata la historia de su edén…
“Para los años 60´s aquí sólo se venía a pescar, ya sea caminando o en carreta, ahí, pegado al cerro, por la orilla del monte, pues no había brecha… venían personas de Tetitlán, Tecpan, Papanoa, Petatlán, San Jeronimito, Coacoyul y Zihuatanejo. Traían las redes conocidas como chinchorros o redes de arrastre y se llevaban a vender el pescado para Acapulco.
 Luego llegaron a traer redes de altura, para atrapar más producto a la cual le ponían una luz, que era una lámpara de gasolina, por lo que el pescado se atraía más, entonces agarraban más jurel, salema, ronco, cocinero y otros peces igual de sabrosos que quedaban ganchados en las redes. El pez se sentía atraído y se abollaba en la carnada… se abollaba a comer y allí quedaba.   
 Para ese tiempo, la gente ya empezó a quedarse en las noches a acampar, y ya que sacaban mucho pescado se iban a venderlo y a comerlo…
 Así llegó y se fue quedando un señor que se llama Florencio Bello Mejía, todavía vive en este lugar, y junto con otros cuatro pescadores, se pusieron a vivir aquí, con sus casitas de palma y hueso. 
 De ahí se decidieron a abrir una brecha con tepetate, ya adonde está la carretera ahora, y las personas empezaron a venirse a bañar, pero más a pescar… ya el señor Juan Galeana traía un carrito, una Willys buenísima, y en ella empezaban a salir para vender todo el pescado, pero ya más fácil y rápido. 
Y ya llega la familia de Agustín García a poner negocio con sus ramadas, y así cada quien agarró su pedacito de playa… cuando yo llego, todo esto ya estaba repartido y otros lo han ido comprando poco a poco.

Pero miren, entonces la gente vivía pegada y bien cerca del mar, junto a la playa, en unas casitas ralonas adonde se dormía uno al pie de las olas y con la barra bien angostita, angostita… chiquita, y todo lo que se ve de costa y playón era monte, con unas huizacheras muy grandes… como de cincuenta metros de la ola para acá era puro monte, hasta que vino el ciclón, el mero 14 de septiembre de 1952, que se llevó todo, no nomás aquí sino en toda la costa, pero aquí se llevó las casas que estaban ahí junto a la playa y el agua del ciclón se llevó todo el monte… una ola se llevó todo, casas y negocios…
 Así se hicieron más para la orilla, eran unas veinte casas adonde vivían Francisco Martínez, Esteban Bello, Juan Vinalay, Bardonio Albarrán, Toño Arizmendi, Juan y Aniceto Bañuelos, Toño Vinalay, Teodoro Peñaloza, Agustín García y Germán Hernández, entre otros, y todos eran una sola familia, con parejas, hijos… así… 
 Hasta que se vino el temblor del 85 y también provocó destrozos, estuvo bien duro, por eso nos salimos adonde ahora está el pueblo, ahí le compramos al señor Rafael Menera, de San Jeronimito, esposo de doña Chabela Gómez, que a la vez había heredado esos terrenos de su padre, don Chucho Gómez… y le pagamos en $375, 000 pesos por lote, dando $10, 000 pesos cada mes para  pagarlo en 3 años y medio.
Y así empezábamos a hacer las casas, cuando llegó La Cruz Roja Internacional y que nos ayuda, ellos dieron todo el material de construcción y nosotros pusimos la mano de obra, y así fue como construimos nuestras casitas sencillas.
 Ahora bien, aquí se viven dos temporadas, una cuando la barra está cerrada y la otra cuando la laguna crece…  y el agua llega hasta aquí, pero se llena de hojas, basura y agua sucia… la otra donde se abre la barra, de octubre a febrero a veces, adonde el agua del mar entra y sale y este lugar se vuelve un paraíso, bien bonito, hay más vida, mucha más gente, nos visitan de muchos lugares de la costa y de México.
 Del estero sacan mojarra, pargo, liza, y los salineros sacan su sal que venden por costales mientras los buzos de todas las cooperativas de Zihuatanejo, Petatlán y de aquí, cuidan sus bancos, los que están en los morros… ahí está prohibido pescar con comprensor y la mayoría obedecemos… nuestros buzos sacan ostión, abulón y pulpo y se lo llevan a vender.
Y no dejaremos de nombrar el cerro del Huamilule que es el lugar que antes se ubicaba para saber hacia dónde estaban Petatlán, San Jeronimito, La Unión, desde el tiempo de los españoles.  
Y aquí seguimos sembrando maíz, cuidando cerdos, chivos, borregos y saliendo a la pesca, porque ésta es nuestra vida, la vida del pescador y del campesino”.
Mientras a nosotros nos vidriaba la mirada por la emotiva entrevista, el rostro de Domingo denotaba paz, tranquilidad, alegría y una enorme satisfacción por tener una hermosa familia, siempre trabajadora, y por vivir en el paraíso terrenal de la Barra del Potosí. (Desde el hermoso “lugar de mujeres”. Raúl Román Román. El Indio de Iguala”)

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