HUELLAS DE LA VIDA

Por  Raúl Román
Villa Hidalgo

Los músicos se habían puesto en la entrada de la iglesia; era de mañana.  
   Entraron las madrinas por las prendas, insustituibles de la virgen: manteles, vestidos y ropas de la iglesia; salieron las muchachas apenas casaderas, con las ropas en charolas sobre la cabeza e iniciando el rito y la caminata, hacia el cerro de siempre y de todos los años, con las personas del pueblo con sus burros cargados de pan, chocolate, birria de chivo y mezcal.
   Entre piedras calientes, suelo polvoso y árboles secos, los músicos no dejaban de tocar, atrás de las madrinas.
   Subieron al cerro para después bajar a una barranca. El sudor refrescaba sus cuerpos y, para que las madrinas, de inmediato,  lavaran las ropas de la iglesia y, de paso, las del sacerdote.
   Tendida la ropa, se repartió el chocolate con pan, la birria y más mezcal, para dilatar la alegría.
   Seca la ropa y secas las ánforas del mezcal, el pueblo nuevamente esperaba.
   Se adelantó al camino, un grupo de adolescentes, mientras que las madrinas, músicos y todo el pueblo, se movían lentos con el mezcal adentro.
   Montaron sus burros, los que vinieron en ellos, y los que no, también.
   Entraron los burros mirando hacia el pueblo y los jinetes hacia el cerro, con sus monturas volteadas.
Así es cada ocho de enero, aquí.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario