LAS HUELLAS DE LA VIDA

Raúl Román Román
Cuitlatecapan Y Cihuatlán


 La lengua materna siempre ha sido un signo de identidad cultural y, aún más, cuando su expansión y permanencia temporal distingue a los pueblos originarios, revelándose como uno de los rasgos que acrecientan su originalidad y su avance comunitario, de frente a las conquistas de la historia. Con esta aseveración se puede predecir que los rasgos lingüísticos cuitlatecas se fueron encontrando sobre la vida humana que se desarrollaba en las orillas del río Balsas y que la lengua cuitlateca era perteneciente a la familia yuto-azteca, que se fue extendiendo en la costa en la medida en que los purhépechas expulsaban a estos núcleos indígenas hacia las coordenadas culturales y geográficas de Zirándaro, Coahuayutla
, La Unión y Zihuatanejo y una extensión menor hacia Coyuca de Benítez y Acapulco, para el año 1500 a. de C. Ante las amplias posibilidades de que los aztecas siempre imponían términos y nombres despectivos para sus adversarios y culturas dominadas, la étnia y la lengua cuitlateca llegó a extenderse en casi toda la Costa Grande y en la que, literalmente cuitlateca significa “gente de excremento” o “gente de cieno”, llegando a formar el territorio denominado como Cuitlatecapan… por lo que se puede inferir que la mayor parte de los pueblos pertenecientes actualmente a la costa referida pudieron haber abarcado desde Atoyac hasta Zacatula y desde los límites con los estados de Michoacán y el Estado de México hasta el Océano Pacífico, entre zonas serranas, boscosas y la llamada Llanura Costera del Pacífico y que una vez abandonado por sus primeros pobladores, ya sea por su semi-nomadismo y/o las oleadas de conquista por parte de diversas culturas pre-cuauhtémicas, no ha sido posible encontrar sus vestigios sino a través de la magia de la tradición oral. Probablemente estos pueblos y núcleos cuitlatecos se obstinaron en el cuidado y cultivo de sus zonas fértiles, principalmente, dejando de lado la construcción de obras arquitectónicas perdurables que hoy dieran cuenta de su estadía a lo largo de la llanura costera, como ha sido el destino costero en toda su línea histórica. Lo que también se tiene que asentar es que todas las poblaciones pudieron estar dentro de la jurisdicción de Cuitlatecapan, aun perteneciendo a otras étnias, con las que lograban convivir, como con los Pantecas, gente de Pantla o “donde abundan las banderas”, que se asentaron entre Pantla, Iztapa y Atenchacaleca, población ya desaparecida; así mismo, estuvieron entre lo que hoy es La Unión y Coahuayutla: los Chumbias, Tolimecas y Coyotomatecas. Pero el tiempo sigue su curso inexorablemente y las culturas originarias tuvieron diversas presencias y esencias comunitarias a lo largo de la costa, hasta que en un evento singular se cambia la historia de la región, pues para 1438 los Mexicas, liderados por Iztcóatl, ya tenían bajo dominio el actual territorio guerrerense excepción hecha con los yopis costachiquenses, y a su muerte, Moctezuma Ilhuicamina extiende sus dominios a través del inicio y desarrollo de cinco campañas por el sur mesoamericano bajo conquistas militares que les redituaban nuevas y mejores tributaciones. Aunque también es necesario aclarar que no siempre fue necesario el uso de las armas y el recurso de la guerra, pues en la mayoría de las ocasiones siempre buscaban las alianzas y los acuerdos para no llegar a las confrontaciones de sangre y muerte, aun más, sabiendo que en esta región cada población era independiente de la otra y que posiblemente había disputas y desencuentros, aprovechaban los signos culturales para conciliar intereses y terminar con disputas añejas que unificaban los señoríos y cacicazgos, en la que también se detectaban convivencias diarias y humanísticas, ya sea en el complemento vivencial o en las ceremonias culturales y religiosas. Así se presentaron los emperadores Mexicas encabezados por Axayácatl, Tizoc, Ahuízotl y Moctezuma Xocoyotzin, que fue el último emperador azteca que promovió las campañas militares por el sur, antes de la llegada española. Y aquí se puntualizará el posible recorrido que siguió Ahuízotl en pos de la conquista costeña, pues junto a su ejército arriba a Xolochiuhyan (Juluchuca) luego a Petatlán, Zumatlán, Xihuacan, Coacoyul, Mizquitlán e Iztapa, dentro de lo que ahora es Petatlán y Zihuatanejo, Xiuhtlan (Chutla), Xolotlan (Joluta), Cozohuipilecan, Huiztlan, Acapolco, Zacatula, Coliman, Apancalecan y regresan para establecer un relativo predominio sobre Coyuquilla, Cihuatlan, relacionada con San Luis de la Loma, Panotlan (San Luis San Pedro), Nochcoc y Tecpan. Para tal efecto y ejercer el dominio territorial se establecieron jurisdicciones militares y centros tributarios para tener el control, los pertrechos y la vigilancia de sus condiciones como pueblo dominador. Al tener controlado el bando militar, los Mexicas crearon 7 provincias que les tributaban sus producciones naturales y culturales, entre las que se encontró la provincia de Cihuatlán, de donde dependían las poblaciones de estas tierras costeñas. Así fue como se llegó a formar esta provincia, y de manera consecuente, las figuras de los pochtecas (comerciantes) se convirtieron en elementos primordiales para el intercambio cultural en Mesoamérica, ya sea por sus actos de espionaje e información detallada y efectiva para las culturas dominantes, especialmente para los Mexicas, en la formación de poblados, de renovados grupos sociales y nuevos horizontes políticos, económicos y comunitarios. Y son estos personajes sociales los factores determinantes para la expansión y dominio de los pueblos mesoamericanos, logrando con estas actividades, reconocidas o clandestinas, intensificar y acelerar los intercambios comerciales del tiempo, en los espacios requeridos para la efectividad y la transición social, económica, política y sobre todo cultural; con estas dinámicas comunitarias, los Mexicas fueron cambiando, diseñando y configurando nuevos espectros sociales y culturales en toda la vasta región mesoamericana, para orgullo de las raíces indígenas, con sus iniciales centros poblacionales y renovando los que ya se encontraban tributándoles, a veces coaccionados por sus ejércitos y en otras ocasiones influenciados y contagiados por su grandeza cultural. Todo este panorama regional se vio fortalecido por la acción del comercio itinerante, por lo que arribaban en oleadas temporales y con delegaciones humanas de Toltecas, Teotihuacanos, Purhépechas y Mexicas, entre otros y sin llegar a especulaciones, pues las muestras arqueológicas así lo demuestran, ya que llegaban difundiendo las diversas técnicas de trabajo y concepción cosmogónica, como cestería, lítica, cerámica, uso de resinas y armado del arte plumario, usos del papel amate, concheros, aleación, fundición, trabajo en minerales y conocimientos de arquitectura, aprovechando los materiales de la región y las diferentes concepciones de la cosmo-visión indígena. Así y para sostener sus estructuras sociales, cada pueblo estaba bajo la égida de un señor principal junto con su consejo y un grupo de sacerdotes que se encargaban de organizar los ritos politeístas y de guerra, que bien vigilaban el orden, las creencias de su cosmogonía, la defensa de su gente y territorio, respectivamente. En su complemento ideal surgían los productores y artesanos, que junto al resto de la población eran la base piramidal de los pueblos indígenas, que construían casas de bajareque, los vestuarios suntuarios y comunes de algodón y realizaban la organización comunitaria en cada población costeña. Poco a poco, de forma alternada, complementaria y coincidente, se fueron estableciendo los cacicazgos locales y regionales y el intercambio cultural fue inminente con otras culturas mesoamericanas, acrecentando y facilitándose este ejercicio socio-cultural por las conexiones, no tan sólo terrestres sino también marítimas que se fueron desarrollando en aquel tiempo. Es necesario resaltar que durante el predominio de los Mexicas se tuvieron que aportar diversos tipos de tributaciones, como lo marcaban sus consideraciones, estimaciones y calendario de cobros, que podrían ser cada 80 días y/o de forma anual, con productos propios de la región o confeccionados por los artesanos locales, como: conchas marinas, objetos de piedra verde, algodón, pieles, plumas, pescados, cacao bermejo, vainilla, árboles frutales, maderas preciosas, como el cedro rojo, el palo de Brasil, el bocote, resinas y una variada exposición de fauna, con aves boscosas y selváticas de hermosos plumajes, también productos marinos como caracoles, conchas, el codiciado coral negro y perlas preciosas que llevaban como finalidad el arte decorativo. Según la “Matrícula de Tributos”, cuyo documento se llevaba para ejercer el control de la recaudación, adonde se tributaban productos agrícolas, en especie y minerales, también se tenía que aportar miel, mantas y copal. Se considera que toda esta tributación se hacía indirectamente, pues se concentraba y se canalizaba en el actual poblado de San Luis de la Loma, pasando a través de la provincia de Tepecoacuilco, por ser el punto geográfico y administrativo inmediato, hacia y hasta el centro de México. De acuerdo al códice Mendocino el aporte significativo era con mantas de algodón, hachillas de cobre en forma de T, conchas coloradas, plumas preciosas, chalchihuites, que fueron especies de esmeraldas, piedras preciosas, oro, fauna marina y animales vivos. Todo ello era controlado, clasificado, cuantificado y transportado por los calpixes mexicas, que fueron una especie de capataces recaudadores, en las dos o tres visitas que realizaban anualmente a sus tierras de dominio. Durante el mismo reinado de Ahuízotl, entre 1486 a 1502, los Mexicas conquistaron y dominaron a 45 poblaciones más, desde Zacatula hasta Atoyac, como se enuncia parcialmente a continuación… Matrícula de Tributos: Zacatollan (Zacatula): “lugar del tule-zacate”, Cuayúhcac (Coyuquilla): “en la espesura del bosque”, Apancalecan (noroeste de Ixtapa): “lugar de casas con azotea”, Xihuacan (este de Petatlán): “lugar donde tienen turquesas”, Petatlán: “entre los petates”, Xolochiuhyan (Juluchuca): “lugar donde hacen esclavos”, Iztapan (Ixtapa): “sobre la sal; salina”, Nuchco (Nuxco): “lugar de la tuna; tunal”, Panotlan (Pantla): “donde se pasa el río”, Cihuatlan (este de Zihuatanejo): “cerca de la mujer”; “lugar de mujeres, Coahuayutla: “lugar o tierra de bonotes”. En la misma Matrícula de Tributos, que es un documento pintado sobre papel amate, que actualmente se encuentra ubicado en una de las salas del Museo de Antropología, aparece Cihuatlán como una provincia tributaria. En resumen… la presencia y la cultura mesoamericana quedaron manifestadas en las zonas que hoy pueblan la costa guerrerense, adonde se dieron una mezcla de razas, culturas y un intenso intercambio de conocimientos que enriquecieron el acervo cosmogónico, las formas de vivir y las visiones comunitarias que, si bien pudieron haber sido ríspidas también configuraron acuerdos, alianzas, negociaciones y nuevas formas de concebir a la sociedad pre-cuauhtémica, en el enorme y mágico espacio de Mesoamérica, que dejó una indeleble y majestuosa herencia cultural al nivel de las grandes civilizaciones humanas, confirmando que los vestigios antropológicos, arqueológicos y comunitarios son testimonios fieles y grandiosos de la dimensión indígena que hoy viste de orgullo a toda nuestra sociedad mexicana.

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